Pablo Iglesias ha dado un paso importante para poder confiar en él como próximo presidente. Hemos disfrutado de un espléndido debate, de lo mejor que hemos visto por estos lares.

Pablo Iglesias es pura lógica, inteligencia sencilla, claras ocurrencias, sanas críticas, duras réplicas, respetuosas controversias y, sobre todo, valiente y machacón en contra de las injusticias, la corrupción, los recortes, el desempleo y los empleos de esclavitud que nos quiere vender el PP como logro de su legislatura. Hace daño a los rivales con su educada manera de interpretar el intercambio dialéctico, la controversia la acompaña siempre con una sonrisa que irradia seriedad al mismo tiempo y con ella es capaz de denunciar y criticar con incitante respeto. En una palabra, da la impresión de estar ante un tipo íntegro, sencillo y de fiar.

Pablo Iglesias fue el único de los cuatro que se presentó por fuera y por dentro como lo conocemos, el resto pretendía aparentar cosa diferente, se les notaba.

Pedro Sánchez muy predecible, perdido por momentos, ofuscado y buscando en la crítica a los demás sus propias limitaciones. No convencido de convencer, como recordándose a sí mismo que el PSOE debe estar en cuarentena otra legislatura más para lavar la imagen de los dos años últimos de gobierno donde no supieron ZP y Rubalcaba dimitir y convocar elecciones anticipadas cuando Merkel les puso sobre la mesa traicionar sus principios y valores como socialistas (eso no es óbice para dejar plasmado que ZP en su primera legislatura ha sido el mejor presidente de nuestra democracia).

Rivera, de tan crecidito que iba, se atiborró de sí mismo, como convenciéndose de que quiere y no puede, como sobradito en todo y creo que el debate le sirvió para despertar de un sueño ilusionante y alucinante causado por unas encuestas precocinadas y llevadas por los resultados de Cataluña que para nada son extrapolables a unas generales, y alguien debiera haberle avisado a tiempo.

Santamaría cavó su tumba como suplente y candidata a nada. Estaba en desventaja clara, debía defender a quien no se atrevió a defenderse a sí mismo, lo cual es como ponerse la soga del condenado y esperar que nadie tire de ella, pero tiraron, ¡vaya si tiraron! Santamaría, por estar, perdió. Rajoy, el ausente, perdió por no estar, pero a sabiendas de que estando perdería igual.

Iglesias dio un recital de saber estar, expuso sus propuestas y desarboló las de los demás, pero si debatiendo ganaba claramente a sus rivales, su minuto final pasará a los anales de la historia. Jamás en tan poco tiempo alguien supo emocionar, recordar y convencer de ese modo para que le voten.