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ANÁLISIS

La remontada y la desilusión

Podemos y Ciudadanos han dado la vuelta a sus expectativas

Los llamados partidos emergentes, supuestamente encargados de acabar con la vieja política, tendrán que seguir girando alrededor de ella. El monolitismo encarnado por populares y socialistas ha cedido, abriendo paso, pero no se ha desmoronado. Lo contrario hubiera resultado, además de la debacle, una auténtica sorpresa y también una decepción, es de suponer, para quienes se alimentan con la idea de que el bipartidismo es el origen de gran parte de los males del país: en ese caso el duopolio PP-PSOE hubiera sido reemplazado por otro, Podemos-Ciudadanos, algo que, a su vez, curiosamente estoy seguro no habría disgustado ni a Pablo Iglesias ni a Albert Rivera. Pero no ha sido así y ahora toca jugar a otra cosa distinta, que en realidad tampoco son las cuatro esquinas.

El gran objetivo de Podemos de superar al PSOE como partido hegemónico de la izquierda queda aplazado. Pablo Iglesias no ha tenido inconveniente, a pesar de ello, en ofrecerse como "líder de la España plurinacional". Los 69 escaños obtenidos sitúan a la coalición que representa como tercera fuerza política, todo un éxito, pero si su nombre hay que asociarlo a la remontada habría que explicar primero por qué. Para empezar, su resultado hay que valorarlo precisamente partiendo de la astucia y el oportunismo de sus dirigentes de proclamar a los cuatro vientos la plurinacionalidad en las llamadas comunidades históricas. Doce escaños y primera fuerza en Cataluña gracias a En Comú Podem (En Comú, de Ada Colau; ICV y EUiA); nueve en la Comunidad Valenciana, de Compromís-Podemos-És el moment; seis en Galicia, producto del acuerdo con Anova, EU y las Mareas, y los cinco de su marca en el País Vasco, que ha resultado ser la primera en número de votos en esa comunidad. Ha aprovechado a su manera los vientos del separatismo en los lugares donde, además, las alianzas territoriales han permitido conseguir diputados con muchos menos votos gracias al descabellado e injusto cálculo electoral que permite la ley en este país. Aquello que ha servido una vez más para cortarle las alas a Izquierda Unida (Unidad Popular), ha facilitado, en cambio, el despegue supersónico de Podemos y sus marcas regionales. Sin la ayuda de ese cálculo, la remontada hubiera sido notablemente inferior y el partido de Pablo Iglesias se habría quedado en vez de con 69 escaños, con poco más de 40. La pregunta de por qué el voto vale el triple o el cuádruple más en un sitio que otro permanece sin respuesta. Mejor dicho, la tiene pero no es plausible desde el punto de vista de la ecuanimidad.

Algo que habrá que comprobar a partir de ahora es la capacidad del "hombre providencia", que tan diligente se ofrece a liderar "la España plurinacional", para dominar los vientos de distinta procedencia que soplan dentro su marca política. Es decir, si el fruto de las alianzas territoriales que han propulsado a Podemos es manejable desde la concepción dirigista del gran timonel, si el Comú catalán es tan común, la Marea gallega no se traduce en galerna, o el Compromís valenciano significa realmente lo que la palabra viene a indicar. Podemos ha entrado fulgurantemente en el Parlamento invocando la remontada y después de que las encuestas predijesen un agujero en la percepción de su voto. Lo ha hecho hábilmente aupado por las alianzas, una vigorosa campaña y la demagogia que manejó con mayor eficacia que sus adversarios, hasta el punto de prometer una España de momento imposible y no deseada por la mayoría de los españoles, pero a lo que se ve rentable desde el punto de vista del oportunismo electoral. El partido de Pablo Iglesias empezó sabiendo conectar con la calle y detectando el problema, y ha terminado en brazos de una estrategia a tiempo parcial afín al independentismo periférico que le permite tomar un atajo. Diciendo una cosa y la contraria para pescar votos aquí y allí, digamos que le ha salido bien.

No tanto, ni mucho menos, a Ciudadanos, que pregonaba el cambio tranquilo y el ejemplo de la Transición liderada por Suárez. ¿A dónde fueron a parar las altas expectativas? No se sabe. Albert Rivera llegó un momento en que parecía el caballo que en el turf viene por detrás superando cuerpos para cruzar la línea de meta en cabeza. Eso decían inicialmente las encuestas que situaban segundo a Ciudadanos, por encima del PSOE. Las campanas se lanzaron al vuelo. El partido de Rivera, sacudido por sus competidores, la necesidad del voto útil de centroderecha y la amenaza que representaba, intentó una campaña limpia y analítica en busca de la razón y del consenso, algo desacostumbrado. Hay quienes creen que su apelación a un nuevo y más equiparado baremo en la condena de la violencia doméstica le costó votos entre las mujeres y el pensamiento único dominante. Puede. Su postura, distinta al resto, en relación al concierto vasco explica por sí sola lo que Ciudadanos pretende de la política, y que el electorado, por lo que se ve, no aprecia o comparte suficientemente. Las denuncias de agresión de la cúpula del partido están plenamente justificadas, desde el falso tuit machista de Carme Chacón contra Albert Rivera, hasta las acusaciones de cocainómano vertidas por Juan Carlos Monedero, aunque es difícil saber hasta qué punto han influido en la percepción del voto. Posiblemente no demasiado entre las personas decentes y juiciosas, que no suelen ser mayoría. Sí, en cambio, los nuevos centristas tendrán que examinar las causas del descenso del voto del 18 al 13 por ciento en Cataluña con respecto a las últimas y recientes autonómicas, donde Ciudadanos se erigió como una fuerza ilusionante que, al final, ha logrado ilusionar bastante menos de lo que se esperaba.

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