Oviedo

Dos académicos han reflexionado en las últimas 72 horas sobre la figura del ex presidente Leopoldo Calvo-Sotelo. Dos académicos que son periodistas, Luis María Anson y Juan Luis Cebrián, y que sin dejar de abordar la dimensión política del ex presidente han puesto el acento en su relación con la Academia Española de la Lengua. O, mejor, su no relación, porque apenas se redujo a un intento frustrado de ingreso.

Cebrián cuenta en un artículo en el diario «El País» que el ex presidente era un «virtuoso del piano, experto en economía, persona de erudición considerable y gran lector. Calvo-Sotelo no fue sin embargo hombre de escritura. Pese a ello, ya casi vencido el siglo XX, se empeñó en ser elegido para la Real Academia Española. Recabó los auxilios de sus pares en la Presidencia del Gobierno y tanto Felipe González como José María Aznar firmaron cartas de recomendación al respecto. Fue en ese trance cuando recuperé una relación con él que había decaído después de su abandono del poder. El hecho me deparó un par de sorpresas: la primera, las malas relaciones que durante su etapa de Gobierno había mantenido conmigo, aun sin yo ser muy consciente de ello. La segunda, su capacidad de criterio en el análisis de la realidad».

Anson, desde las páginas de «El Mundo», relata que en uno de los almuerzos que con frecuencia compartían el ex presidente le dijo: «Tengo tiempo y ganas de hacer algo en favor del idioma español. Te lo digo con claridad y franqueza y eres el primero al que se lo digo. Me gustaría ser académico. Fuera de la Academia Española todo es agua de borrajas. No sé si será posible que me elijais académico. Si lo fuera, dedicaría lo mejor de mi tiempo al trabajo en la Academia».

La historia se sabe: Calvo- Sotelo no logró ingresar. Cebrián cuenta que en un libro que escribió el ex presidente como prólogo de su acceso a la casa de los inmortales, reflexiona sobre las relaciones entre políticos y periodistas: «el político que tiene relaciones demasiado buenas con los periodistas no es un buen político». Anson recuerda que a lo largo de un puñado de años Calvo-Sotelo comió con diez o doce académicos para acercar posturas, pero «se dio cuenta de que su candidatura, tal vez injustamente, no tenía ambiente. Y no se atrevió a probar, seguramente porque tenía en la cabeza la historia de Romanones al que prometieron su voto casi todos los académicos y no le votó ni uno. Joder que tropa, dicen que dijo» aquel viejo político, maldición que Leopoldo Calvo-Sotelo quizá decidió ahorrarse.