Oviedo, L. Á. VEGA

Los antaño pesos pesados del PP están abandonando a Mariano Rajoy a su suerte. Ni siquiera aquellos que le brindaron un sincero apoyo antes y después de su designación como sucesor de José María Aznar mueven un dedo por él, alguno de ellos quizá justificadamente. Ahí está, por ejemplo, Eduardo Zaplana, que una vez lo consideró su amigo -formaban trío con el «barón» de las Baleares, Jaume Matas- y que ahora, expelido de la portavocía popular en el Congreso y acogido en las altas esferas de Telefónica, está pinchando a José María Aznar para que abandone su retiro y descabece a aquel que en su día fue llamado «el gallego del diálogo».

El desapego, cuando no franca oposición, de los grandes del PP, puede rastrearse desde aquella elevación a dedo de Rajoy al liderato que se escenificó en la finca de Quintos de Mora (Toledo), tras una reunión de Aznar con sus «delfines», a finales de agosto de 2003. Culminaba así una guerra de nervios que se había iniciado tres años antes, al anunciar Aznar que no concurriría a unas nuevas elecciones. Aparentemente, todos cerraron filas en torno a Rajoy. Se esperaba una nueva mayoría absoluta y no la derrota del 11-M.

En la carrera por la sucesión sonaron muchos nombres, desde Alberto Ruiz Gallardón -hoy por hoy uno de los principales valedores de Rajoy, junto al «barón» de Valencia, Francisco Camps, enemigo a ultranza de Zaplana- hasta Loyola de Palacio, pasando por Ángel Acebes, el preferido de Francisco Álvarez-Cascos, según aseguran aún hoy algunos populares asturianos.

Cascos -que en su día sugirió, a través de una cita de Maura, una cierta vecindad de Rajoy con la indolencia- se ha descolgado ahora, a raíz quizá del tiro de gracia recibido por Acebes -un cadáver andante desde el 11-M-, con una serie de comentarios que poco ayudan al empeño de Rajoy por sucederse a sí mismo en la presidencia del PP.

La terna final de los elegibles estuvo formada por Rajoy, el llamado «apagafuegos» de Aznar, que dijo haberle preferido por su sensatez y lealtad; el asturiano Rodrigo Rato, considerado el «cerebro» económico de los populares, y Jaime Mayor Oreja, que era el mejor valorado por la opinión pública por su inquebrantable compromiso contra ETA.

Las posibilidades de Mayor Oreja se vieron muy mermadas cuando Aznar prescindió de sus servicios como ministro del Interior para que se incorporase a la carrera electoral vasca, aquella en la que estuvo a punto de materializarse el pacto PP-PSOE para sacar del poder a Ibarretxe y que le costó el puesto a Nicolás Redondo Terreros.

Tras la designación de Rajoy, Mayor se quitó de en medio yéndose a Europa y ahora aparece como la mano que está detrás de la intempestiva defección de la presidenta del PP vasco, María San Gil, y de la de ese icono de las víctimas del terrorismo que es Ortega Lara. De hecho, se considera que la de Mayor será la próxima y sonada salida del partido, aunque quizá no la última. ¿El motivo? El supuesto aperturismo que quieren imprimir Rajoy y su equipo a los pactos con los nacionalistas, considerado por el sector crítico como una auténtica traición al ideario del partido.

El asturiano Rodrigo Rato fue el único de la terna que se postuló abiertamente. También lo respaldó públicamente el entonces presidente de la patronal, José María Cuevas. Quizá no fue tanto la franca ambición como su oposición a la guerra de Irak y la peligrosa cercanía al escándalo de Gescartera las que pusieron freno a su carrera. Su descarte causó auténtica desazón en la clase empresarial, que prefería a un líder del PP que dominase idiomas y supiese de economía.

Aunque en las elecciones de 2004 arrimó el hombro, el 11-M y la condena a la oposición hicieron que Rato buscase aires más bonancibles en la gerencia del FMI. Su regreso a España en 2007 levantó suspicacias. Hubo quien lo vio como un número dos ideal en la candidatura por Madrid, detrás de Rajoy. El gallego ni lo llamó. Ahora, Rato tampoco quiere saber nada. Se lo dijo a Trillo, que anduvo de recadero: «Con Rajoy no tengo nada que hablar».

Otros ministros de la era Aznar, como la actual presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, quizás envalentonada por el pírrico triunfo obtenido sobre Gallardón en la guerra de las listas del 9-M, ha jugado con ambigüedad a disputarle el terreno a Rajoy, quemando muchas de sus opciones, dando alas a su archienemigo de la Alcaldía de Madrid y desatando, acaso sin proponérselo, la ola de defecciones que, pese a tocar la fibra sensible del partido, no ha logrado el objetivo de echar a Rajoy.