Vigo, Selina OTERO

«No les daré el gusto de verme llorar. Lo único que han conseguido es dejar dos huérfanos y una viuda». Éstas fueron las estremecedoras palabras que Paqui Hernández pronunció el 20 de junio ante miles de manifestantes que se unieron en Bilbao para honrar la memoria de Eduardo Puelles, la última víctima de ETA.

Desde entonces, Paqui sí ha llorado. Y mucho. Pero lo ha hecho en casa, «para no darle el gusto a terceros». Han pasado 15 días desde que una bomba lapa acabó con la vida de su marido, inspector de la Policía dedicado a la lucha antiterrorista. Paqui solía bajar con él por las mañanas para trasladarse a casa de una amiga, pero ese día no lo hizo porque su compañera estaba en Barcelona.

Un golpe de suerte... pero sólo para ella. «Estoy destrozada. Todavía no lo he asumido. Me han quitado la vida. Ya no tengo lo que más quería y mis hijos tampoco. Pero voy a salir adelante». En sus declaraciones al «Faro de Vigo», del grupo editorial de LA NUEVA ESPAÑA, las palabras de Paqui Hernández suenan entrecortadas por el dolor a través del teléfono.

Sabe que debe retomar las riendas de su vida pero quizás sea demasiado pronto para enfrentarse sola a todo lo que le rodea tras 23 años de matrimonio. «He salido un poco estos días pero no me apetece. Los hermanos de Edu son un gran apoyo para mí». «¿Mis niños? Me duele mucho por ellos; creo que tampoco saben todavía cómo encajar este dolor», confiesa.

Paqui Hernández nació hace 44 años en el Barrio de la Cruz Alta de Orense. Su familia emigró al País Vasco cuando ella tenía seis meses. Su padre trabajó en la mina y luego en la construcción. Eduardo Puelles apareció en su vida una noche de marcha. «Yo vivía en Amorebieta. Unas amigas me propusieron un jueves ir a la disco. Fue él quien se fijó en mí, me pidió bailar y así nos conocimos. Yo tenía 19 años y él 23; hacía sólo dos días que acababa de salir de la academia de policía», recuerda Paqui. Era 1983. Tras tres años de noviazgo, se casaron y tuvieron dos hijos: Rubén, de 21 años, y Asier, de 16.

«Él tenía muy claro, a lo que se quería dedicar y yo lo asumí. ¿Sensación de inseguridad? Continuamente. Pasas miedo, pero no piensas que te vaya a tocar a ti». «Siempre he tenido presente que si él salía amenazado o sonaba su nombre en ciertos círculos nos marcharíamos a Galicia. Siempre hemos veraneado allí. Tenemos familia y buenos amigos y a él le gustaba mucho. Ojalá nos hubiésemos mudado», se lamenta.

Quince días antes del atentado Paqui y Edu asistieron con sus hijos en a la primera comunión de la hija de una de sus primas en las Rías Bajas, a donde tenían previsto volver este verano. Pero la bomba de ETA lo destrozó todo el pasado 19 de junio. «Fue al lado de casa. Es un horror porque cada vez que salgo al rellano de la escalera todavía veo el coche ardiendo. Me da la sensación de que estoy viviendo una pesadilla y que mañana voy a despertar y voy a estar con él, como antes».

Paqui explica que Edu «miraba siempre debajo del coche por si había un artefacto. Estoy segura de que ese día también miró, pero no vio nada. Era una bomba para fulminarle, no para dejarlo herido. Tenían la goma preparada para él. La explosión afectó a cinco coches más, podía haber muerto mucha gente que aparca al lado: gente que sale a esa hora de sus casas para trabajar o llevar los niños al colegio», comenta.

Los días previos no notaron nada raro y Edu no recibió ningún tipo de amenaza, que ella sepa. «Ha tenido que ser alguien que lo conoce, sabe que es policía y lo vio llegar a casa dos noches seguidas al mismo sitio; dos noches, nada más. La goma tuvieron que colocarla sobre las dos o tres de la mañana del día anterior y a esa hora siempre hay alguien por este barrio. Pero nadie dice nada, se callan. Y mientras no nos quitemos ese miedo ellos van a seguir matando. No entiendo ese miedo. Sólo es llamar a la Policía desde el anonimato, dar un dato y la Policía investiga», se queja con amargura. Paqui duda de que sea el último crimen. «Estoy cansada de palabras bonitas. Hasta ahora el Gobierno no ha sabido o no ha querido arreglarlo. Es difícil, lo sé, pero no se puede querer estar en misa y repicando. Tienes que posicionarte. A los etzainas no les han dejado trabajar. Son la Policía y la Guardia Civil las que dan palos», dice mientras espera que el nuevo Ejecutivo vasco cambien las cosas. Paqui recuerda que el asesinato de «Miguel Ángel Blanco fue indignante. Pensé que se iba a notar un cambio, pero no fue así».