La reunión matinal de George Bush con sus asesores de seguridad se iniciaba con una oración en grupo, seguida por la frase «¿a cuántos hemos matado hoy?». El ritual se celebraba en el mismo Despacho Oval donde el presidente guardaba la pistola de Saddam Hussein, así como el organigrama de Al Qaeda en el que tachaba personalmente las bajas que se iban produciendo. El hábito del rezo diario convertía en pertinente la pregunta que Jeremy Paxman -el fenomenal entrevistador dóberman de la BBC- formuló a Tony Blair en vísperas de la invasión conjunta de Irak:

-¿El hecho de que Bush y usted sean cristianos facilita la visión de estos conflictos en términos del bien y el mal?

-No creo. Seas cristiano o no, puedes percibir lo que está bien y lo que está mal.

-Usted y Bush no rezan juntos, por ejemplo.

-No, no rezamos juntos, Jeremy.

-¿Por qué sonríe, señor Blair?

-Porque... ¿por qué me haces esa pregunta?

Con posterioridad, Blair se convertiría al catolicismo y al capitalismo -gana millones de euros al año-, y rezaría junto al sucesor de Bush en el «National Prayer Breakfast» o «Desayuno de Oración Nacional». Este acto acoge un año más tarde como orador en todos los sentidos de la palabra a Zapatero, en una abstracción de su proclamado agnosticismo que recuerda al «paréntesis de la sociedad de mercado» que propuso Gerardo Díaz Ferrán, y que ha aplicado a rajatabla en sus empresas. El revolcón sufrido por España en Davos confirma la juiciosa elección de Obama, convencido de que sólo la intervención divina puede salvar al líder socialista. De hecho, la raíz de ese encuentro religioso se remonta a los tiempos en que Estados Unidos buscaba una salida de la primera Gran Depresión. Simultáneamente, Obama anuncia que no acudirá a Madrid a cumplimentar a la Unión Europea en mayo. Es decir, quiere unirse a Zapatero sólo por la Iglesia, y no por lo civil. Esa preeminencia enorgullecerá a Rouco Varela.

La polvareda que ha desatado en España el «ora pro nobis» de Zapatero no tiene equivalente en Estados Unidos. En primer lugar, porque el afamado desayuno palidece en comparación con los «Grammy» de Beyoncé. En segundo lugar, porque al presidente norteamericano se le atribuyen más religiones verdaderas -la cristiana, la musulmana- que esposas. En tercer lugar, porque el discurso del estado de la Unión finalizó la semana pasada con la expresión «Dios bendiga a América». La fe es más propicia para los norteamericanos, gracias a la proximidad fonética entre «God» y «gold», la bicefalia religiosa.

Zapatero no se levantó ante el paso de las victoriosas tropas americanas que habían reconquistado Bagdad y ahora se inclina para rezar junto al sector más ultramontano de la sociedad norteamericana, bautizado inequívocamente como la familia. Antes de exagerar su postración con el furor del converso, el presidente del Gobierno debe repasar el discurso pronunciado en ese foro hace un año por su anfitrión. Si bien Obama admitió que «la fe siempre ha sido una guía de nuestra vida familiar», también se mantuvo en que «no favoreceremos a los grupos religiosos sobre los laicos», y se remitió a los padres fundadores para reafirmar «la línea que trazaron sabiamente entre Iglesia y Estado».

Una alusión despectiva de Obama al integrismo religioso durante la campaña electoral -«Dios y pistolas», la expresión que daría título a un libro de Sánchez Ferlosio- estuvo a punto de costarle la Casa Blanca. Zapatero también ha combinado las proclamas laicas con la designación de destacados católicos al frente de los poderes legislativo y judicial. Tal vez el Gobierno debió enviar a Bono -el político de los cantantes- al «Desayuno de Oración», donde ya intervino Bono -el cantante de los políticos-, si bien esta designación acentuaría los rumores sucesorios alentados por la derecha, convencida de que la única posibilidad de Rajoy consiste en enfrentarlo a un candidato más conservador que él. Las imágenes de Zapatero en el desayuno religioso serán más provocadoras que la foto de sus hijas en el Metropolitan neoyorquino, aunque ninguna plegaria en labios del Presidente será más contraproducente que sus propuestas económicas.