Concebido contra la usura en el préstamo o a favor de la protección de los menos favorecidos, el libro bíblico cuyos versículos eligió José Luis Rodríguez Zapatero para su discurso en el reciente Desayuno Nacional de Oración (en Washington, EE UU) fue en su tiempo un escrito concebido para una época de crisis. El Deuteronomio es, según los especialistas, un texto de intensa preocupación social: un conjunto de normas que recordaba a los judíos su pacto con Dios en el monte Sinaí, pero también comprendía una auténtica reforma de la sociedad.

«No explotarás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus compatriotas o un extranjero que vive en alguna ciudad de tu país», fue uno de los versículos que leyó el presidente del Gobierno en el hotel Hilton de la capital estadounidense. «Págale su jornal ese mismo día antes de que se ponga el sol, porque está necesitado y su vida depende de su jornal», fue el otro (capítulo 24, versículos 14 y 15).

Al eludir Zapatero el final de ese versículo 15 («para que no clame contra ti a Jehová y sea en ti pecado»), el presidente español recibió críticas de sectores católicos por eliminar la referencia teológica del texto, tomando en cambio la civil. Sin embargo, el quinto libro de la Biblia combina tanto la reforma del culto y de las relaciones que han de recomponer los judíos con Yahvé como las normas sobre la liberación de los esclavos, la repartición de las tierras o la eliminación de abusos por parte de poderosos y tribunales corruptos.

Y en el plano de las relaciones económicas entre los individuos, el Deuteronomio diseña para su tiempo una especie de Estado del bienestar embrionario, unas normas de no abuso, e incluso de protección, para los que peor llevan su situación.

Una economía moral en tiempos de crisis que prescribe favorecer el sostenimiento de cualquiera. «Cuando entres en la viña de tu prójimo, podrás comer uvas hasta saciarte; mas no las pondrás en tu cesto. Cuando entres en la mies de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano; mas no aplicarás hoz a la mies de tu prójimo» (capítulo 23, versículos 24-25).

Sobre los menos favorecidos, el Deuteronomio establece que «no torcerás el derecho del extranjero, ni del huérfano, ni tomarás en prenda la ropa de la viuda» (24, 17). El libro justifica este mandato en que los judíos también fueron en su momento un pueblo de extranjeros en tierra ajena: «Te acordarás que fuiste siervo en Egipto, y que de allí te rescató Jehová tu Dios» (24,18). Una traslación al presente significaría que un pueblo que fue emigrante tiempo atrás ha de saber cómo tratar hoy a los inmigrantes.

La protección deuteronomista llega al extremo de que si un trabajador, siervo o esclavo, huye de unas malas condiciones de vida ha de ser acogido por el ciudadano al que acuda. «No entregarás a su señor el siervo que huyere a ti de su amo. Morará contigo, en medio de ti, en el lugar que escogiere en alguna de tus ciudades, donde a bien tuviere; no le oprimirás» (23, 15-16).

Sin embargo, «aunque la moral económica de la Iglesia tiene unas raíces bíblicas, no interesa tanto la transposición al presente de normas del pasado (que tuvieron su propio contexto), sino extraer la inspiración de fondo», explica José Manuel Parrilla, profesor de Sociología y de Doctrina Social de la Iglesia.

De hecho, «existe un tema transversal en toda la Sagrada Escritura y éste es el de la defensa de los derechos de los pobres», subraya Parrilla. «El pueblo judío ha entrado en un proceso de liberación y ése es también el marco de la protección de los más necesitados mediante normas específicas», agrega.

Algunas de aquellas normas «las fue relajando posteriormente la doctrina católica», por ejemplo, las de la usura, ya que el Deuteronomio establece taxativamente que «no exigirás de tu hermano interés de dinero, ni interés de comestibles, ni de cosa alguna de que se suele exigir interés» (23, 19). Sí admite el libro que «del extraño podrás exigir interés, mas de tu hermano no lo exigirás, para que te bendiga Jehová tu Dios en toda obra de tus manos en la tierra donde vas para tomar posesión de ella».

El libro bíblico del Deuteronomio «nació en un contexto de crisis, y por ello es necesario devolver la cohesión y las referencia religiosas y morales a los judíos», comenta José Manuel Parrilla.

Dicha crisis consistía en que aquellos judíos que se habían sentido liberados de Egipto por Yahvé ya habían ido falleciendo en el desierto, tras años de peregrinaje hacia la tierra prometida. En cambio, las nuevas generaciones han pasado por numerosas dificultades: han caído en la idolatría y han escuchado a los falsos profetas o se han dejado llevar por reyes traidores.

A ellos, los que ya no habían presenciado las escenas del monte Sinaí, les dedica Moisés su testamento, el Deuteronomio, del griego «déuteros nómos», es decir, «segunda ley», ya que la primera había sido la de las Tablas del Decálogo.