Rajoy ensayó su cuadragésimo noveno debate con Zapatero viendo «Celda 211». Su intervención vociferante imitó notablemente al amotinado Malamadre de Luis Tosar. Si el líder del PP hubiera recibido un «Goya», también se lo hubiera arrojado al presidente del Gobierno para descalabrarlo. Su enardecimiento transmitía la contraseña de que dispone de soluciones, hasta que se repara en que sus dos nombramientos económicos de esta legislatura llevan por nombre Manuel Pizarro y Luis Bárcenas. Con ese olfato digitador, la tragedia griega del jefe de la oposición degenera en una farsa.

También habló Zapatero, más asustadizo que imperativo. Bush dijo que continuaría en Irak aunque sólo le apoyaran su mujer y su perro, «Barney». Contaba con un voto más que el presidente del Gobierno español en su lucha contra la crisis. En una semana tan densamente cinematográfica, el líder socialista se asemejaba a un Ricardo Darín que hubiera perdido su encanto. Hubo un día en que sus números albergaban promesas, ahora esconden sólo cifras, y su discurso se asemeja a una cita con el contable que pretende seducirnos con un recitado de la guía telefónica.

Lo peor siempre está por llegar, esta vez en la forma de un brusco viraje presidencial a la derecha. Las medidas drásticas a acometer se cifran en la contención salarial -los sueldos bajaron en los años de euforia-, la limitación de empleos públicos y el combate del fraude laboral. Como esta expresión indica, los trabajadores han defraudado a Zapatero. El espectador equilibrado confiaba en que las andanadas contra los asalariados se equilibrarían con alguna mención a la orgía financiera, inmobiliaria y especulativa cuyas secuelas llevan a España al desastre. Cero. En cada discurso, Obama tiene el detalle de prometer una venganza sangrienta contra los banqueros que no está en condiciones de ejecutar. En cambio el líder socialista adora a los becerros de oro de las finanzas.

En frase memorable de la intervención de Zapatero, su país camina «lentamente hacia un menor deterioro». Este manifiesto surrealista reúne las condiciones para considerarlo un plagio de Groucho Marx, cuando presumía de que «me labré un camino desde la nada hasta la extrema pobreza». En ambas direcciones.