La enésima coincidencia entre Obama y Zapatero se produce cuando navegan por aguas turbulentas, porque ambos llaman en su auxilio al Rey de España. Por tanto, son dos vidas menos paralelas que perpendiculares, buscando refugio en figuras paternales. No cabe hablar de descalabros ni escándalos de gran entidad en sus trayectorias, y ninguno de ellos cuenta con un rival creíble. Por tanto, su erosión se debe a que están pagando el precio de su metafísica. El equipo de campaña del presidente americano le llamaba el Jess negro, una calificación que los auspiciadores de Zapatero considerarían insuficiente para su líder.

En ambos casos, la idealización se ha vuelto en su contra. Un gobernante sin carisma sólo responde de su programa. Si se le rodea de una aureola, algún día deberá rendir cuentas de promesas que nunca formuló, porque se convirtió en un mero receptáculo de las ilusiones de sus creyentes. Ninguna audiencia es inmune a la fascinación, véase la España que compara a Suárez con De Gaulle, a condición de que hayan transcurrido tres décadas desde que los actuales divinizadores del fundador de UCD lo despellejaban como regente de whiskera. Los líderes metafísicos surgen como defensores de la heterodoxia, la salida de las tropas de Irak, el cierre de Guantánamo, la radical paridad femenina, la reforma sanitaria, pero el campo gravitatorio del agujero negro del poder acaba por devorarlos. En ese momento, se acentúa el contraste entre las pretensiones desmedidas y las realizaciones modestas del gobernante, un desfase que evitan los centrocampistas de la política como Truman o Eisenhower. O Merkel.

Por razón de su permanencia en el cargo, el presidente del Gobierno español está más alejado de las expectativas generadas que el norteamericano. Sin embargo, una predicción verosímil apunta a que Obama acabará como Zapatero. En ningún caso se pretende comparar sus ámbitos, el imperio entero y una de sus provincias periféricas, pero sirven como ejemplo de creaciones poéticas obligadas a gobernar en prosa. También encarnan el nomadismo de los carismas, similar al existente en el terreno deportivo. Una estrella que permaneciera diez años en el mismo club no garantizaría la multiplicación de los éxitos, sino el aburrimiento. Ahora mismo, el ciclo máximo de pervivencia intacta de las expectativas se sita en torno al año, con tendencia a reducirse. La reducción de mandatos es superflua por redundante.

Obama tiene una desventaja frente a Zapatero, la sustancia. No ha conseguido disimular su caudal intelectual, como hizo Bill Clinton con singular maestría y la colaboración de Monica Lewinsky. Si pierde unas onzas más de maquillaje, el actual presidente norteamericano se asemejará al insigne catedrático de Harvard que abronca gestual y verbalmente a una recua de alumnos insolventes. El presidente español ya ha coronado esa cima del desencanto con sus conciudadanos, y la escenificó el pasado miércoles en el Parlamento. En su discurso sólo faltaron tres palabras a juego con su estado de ánimo, ¿qué más queréis?

Zapatero carece de la pujanza suficiente para que su destino agriete siquiera la situación del planeta. En cambio, y apartándose de la vocación fallera que se ha contagiado a la audiencia global, Obama puede ser la última oportunidad de moldear un líder mundial. Baste recordar que el antagonista más solvente que supo oponerle la derecha norteamericana fue John McCain, a quien ni Rajoy quería compararse. Sin embargo, cuesta reconocer al candidato demócrata que abarrotaba los estadios en el imperator que recibe a hurtadillas al Dalai Lama, desafiando a medias a China en un enfrentamiento entre niños con armas atómicas.

Los excelentes discursos de Obama son más embarazosos para su presente que cualquier crítica de sus enemigos, recibe cuatro veces más amenazas de muerte que George Bush, en un país donde las desavenencias con el fisco se saldan estrellándose a borde de una avioneta contra la sede de la Agencia Tributaria. El día que la sociedad deje de escuchar a Obama no será para orientar los oídos hacia otra voz, sino para cerrarlos definitivamente. Así, ¿cuál es el político a quien más ensalzan hoy los analistas liberales de Estados Unidos? Sarah Palin.