Oviedo / Valencia

El Rey es un consumado cazador. Como lo fueron quienes lo precedieron en el trono. Casi todos los Borbones fueron cazadores y, antes de ellos, los Austrias. Los seis hijos de Alfonso XIII, entre ellos don Juan, estaban acostumbrados a manejar escopetas. Hasta el punto de que el 5 de enero de 1938 llegó tarde a Roma para asistir al nacimiento de su hijo Juan Carlos, se dice, porque estaba de cacería. Pero no sólo el padre del Rey, también su madre: doña María de las Mercedes introdujo en Portugal, durante el exilio, la caza con perros. A su vez, el Monarca parece haber traspasado este gusto a sus hijos Felipe -aunque de forma más excepcional- y Elena, y a sus nietos. Al menos, y gracias a la contribución añadida de Jaime de Marichalar, su padre, a Felipe Juan Froilán, de 13 años, herido accidentalmente en un pie.

Con tanta querencia cinegética, no es de extrañar que la historia de la dinastía esté también jalonada de accidentes, antecedentes de los sufridos ahora por Froilán y su abuelo el Rey Juan Carlos.

Alfonso XII, su bisabuelo, ya se dañó una mano en un accidente de caza en 1879. Alfonso de Borbón y Battenberg, hijo de Alfonso XIII, sufrió otro yendo de cacería en plena llegada de la República y la princesa Juana, hija de Elías de Borbón, duque de Parma, se dejó la vida a los 33 años en una finca de Ciudad Real.