El tabaco me está matando tan lentamente que a veces me aburro un poco». Así hablaba Santiago Carrillo con 88 años, las cajetillas ya pueden incluirlo en la lista de víctimas. De no fumar, habría podido vivir hasta los 110. Es el entrevistado más despierto que he conocido, una impresión personal con traslación política. A través del teléfono, era innecesario repetirle o precisarle ninguna pregunta. Respondía de inmediato, pausado pero sin pausas. Los síntomas de alguien que conoce perfectamente su papel en la Historia.

Carrillo ha muerto en plena juventud tabaquista, vistos los odios que todavía suscita entre los integrismos de derecha a izquierda. Es mucho más joven que Cayo Lara, desde luego. Mientras los ultraconservadores insisten en Paracuellos, desaparece el hombre que más hizo por la España que no quería. Ni leninista, ni marxista ni siquiera republicana. Una Monarquía probablemente neoliberal.

Carrillo fabricó un país radicalmente distinto al que predicaba, enemistándose durante el proceso con sus seguidores, pero granjeándose el respeto de la mayoría silenciosa. Cabría achacar oportunismo al viejo león con melena de quita y pon. Sin embargo, en este momento se interpone la imprescindible entrevista que le realizó Oriana Fallaci en 1975, estertores de Franco:

-¿Y si el referéndum que usted sugiere, señor Carrillo, diera la victoria a la Monarquía?

-Paciencia. Si el pueblo se decide por la Monarquía, haremos política con la Monarquía. Nunca me he opuesto a la voluntad popular.

Estaba diseñando unos acontecimientos que no podía prever y que además debían desagradar a un militante comunista. Al mismo tiempo, desplegaba una capacidad analítica que envidiarían quienes hoy son incapaces de sacar al país del atolladero económico.

Al insistir en las contradicciones de Carrillo, se olvida que la Transición del franquismo a la democracia fue en sí misma una incongruencia basada en la improvisación. Cuando regrese la fe en un proceso que inspiró a países tan diversos como Sudáfrica, Chile o Polonia, se comprenderá que sólo podía ser pilotado por personajes que incumplieran principios que habían abrazado, empezando por el Rey.

El enunciado genérico establece que una transición pacífica hubiera sido irrealizable sin la aquiescencia del Partido Comunista. Sin embargo, al observar la evolución posterior de esa formación, procede personalizar el éxito en Carrillo. En los inicios de un proceso con aspectos de birlibirloque fue más importante que Suárez y que González, «con el que nunca tuvimos buena química». Los papeles del casting de la transición son caprichosos, Carrillo es el único insustituible. Y el que más cedió en las negociaciones.

La rabia que genera Carrillo se debía a que era imposible no escucharle. La atención enfatizaba el desacuerdo o la fascinación. Desde las tribunas mediáticas de su otoño, era el portavoz ideal de un movimiento social alternativo que no encuentra su esqueleto.

Un día puede definir una biografía, y en Carrillo es el 23-F. Si se hubiera anunciado que absolutamente todos los diputados se echaron al suelo a la orden de Tejero, no hubiera habido nada que reprocharles. Al saber que tres se negaron, estaba claro que el líder comunista figuraba entre ellos. Evitaba cuidadosamente criticar a quienes se inclinaron ante los golpistas, porque «actuaron como los soldados en la guerra, que se agachan al oír los disparos». Y no le preocupaba que esta interpretación rebajara su coraje, «porque yo pensé que podían matarme si querían, pero no reírse de mí». La flema inglesa, una cualidad no muy apreciada en el hombre que ganó porque siempre perdía.