Historiador

Oviedo, L. Á. VEGA

Santiago Carrillo tuvo un papel en la Transición comparable al de Adolfo Suárez, aunque su final en la política no estuvo a la altura, según sostiene el historiador ligado a la izquierda David Ruiz, quien resalta la reconciliación nacional y la ruptura con el estalinismo como sus grandes contribuciones.

-¿Qué decir a estas alturas de una figura como Carrillo?

-Para un historiador tiene el interés de ser un prototipo de político del siglo XX, su trayectoria cubre todo el siglo. Ha estado en el ojo de muchos huracanes. La cultura y el conocimiento político que alcanzó los han tenido pocos. Ya desde muy joven tiene una responsabilidad en una organización como las Juventudes Socialistas. Fue una figura precoz, ya que antes de los 15 años ya escribió su primer artículo, en «La Aurora Social de Asturias». Y poco antes de morir escribió el último. No tuvo otra profesión que la política, pero hay que decir que utilizó la de periodista, que comenzó su activismo político escribiendo.

-Cada vez que se habla de Santiago Carrillo sale a relucir Paracuellos.

-La Guerra Civil le dejó huella y siguió expuesto por su compromiso político a los efectos que tiene toda contienda. Sobre Paracuellos, la impresión que tengo es que, cuando es nombrado jefe de Orden Público en el Madrid de finales de 1936, los traslados de presos ya estaban teniendo lugar. No pudo tomar una decisión de tanta crueldad como Paracuellos. En aquella situación tan angustiosa, el factor humano influyó en los acontecimientos.

-Se le achaca el haber abandonado a los guerrilleros.

-Tomó esa decisión..., bueno, la tomó Stalin. Fue en la famosa reunión del Kremlin, a la que acudió con Pasionaria, en 1948. Que Stalin recibiera a los representantes de un partido como el de España era poner una pica en Flandes. Fueron a pedirle consejo. ¿Por qué no dejar la lucha y llevar a cabo lo que se llamó el «entrismo», la entrada en las instituciones franquistas para destruirlas desde dentro? El consejo de Stalin se convirtió en una consigna que había que aplicar. En aquel entonces no se conocían las matanzas de Stalin, se le veía como alguien que había ayudado a la República. Aquella decisión no se tradujo en una obediencia automática. Había guerrilleros que no podían aceptarla, porque tenían miedo de ser masacrados, o porque creían en la lucha armada. Carrillo arriesgó al tomar esa decisión y la asumió hasta el final.

-¿Tuvo fruto el «entrismo»?

-No fue un milagro. Tardó en fructificar, con la creación de las Comisiones Obreras en el 63 o 64. Fue el período del «qué hacer mientras tanto». Se volcaron en el análisis de la sociedad española. El 56 fue el año de la reconciliación nacional, cuando se decidió que nunca más hubiese una guerra civil en España, que el futuro era la democracia y la participación de todos, aunque hubiesen ganado la guerra. Fue una de sus grandes contribuciones, completada con la ruptura con el estalinismo. Tuvo ese arresto.

-Y no se puede olvidar su papel en la Transición.

-Yo creo que comparable al de Adolfo Suárez. No se entiende la Transición sin la legalización del PCE. A cambio, el sacrificio fue la renuncia a la República y la aceptación de la Monarquía, con lo que suponía.

-El PCE arrasó en las primeras elecciones y luego se hundió.

-La pérdida de votos tiene que ver con la conflictividad en el PSUC catalán y a cierto desencanto en el partido. El PCE era el partido de la izquierda, con 201.000 afiliados, frente a los 6.000 del PSOE en 1976. El sector más conservador del franquismo quería enterrar el peligro comunista. Es cuando se produce la ocasión histórica del PSOE. Tras el golpe de Estado de 1982, la gente se vuelca en el PSOE, que era la garantía de que no hubiese más intentonas.

-¿Un final olvidable?

-El final de su etapa política no se corresponde con el papel que tuvo antes. Es la otra cara de la moneda. Dio a entender que consideraba al PCE como patrimonio casi personal. No soportó que Gerardo Iglesias le desplazase de la secretaría general. Acarreó a sectores de carrillistas hasta las puertas de PSOE, y él se quedó allí, a las puertas. Es el período que menos satisfacción puede dar.