Más de una década después del zapatazo en el Parlamento que le proporcionó acceso a los telediarios y popularidad en toda España, Xosé Manuel Beiras ha vuelto a dar -a sus 76 años- otro golpe de tacón en Galicia. Si entonces imitaba, zapato en mano, el gesto del soviético Nikita Kruschev en la ONU, ahora se asoma de nuevo a los titulares gracias a los nueve diputados que en apenas mes y pico consiguió arrancar a la parte más joven y revoltosa del censo electoral gallego. No tiene tantos años como el nonagenario Stéphane Hessel, teórico de la indignación, pero acaso Beiras comparta con él en esta su tercera juventud la condición de líder de los jóvenes airados a la más módica escala de Galicia.

Hijo de un histórico galleguista y yerno de Domingo García-Sabell, uno de los impulsores del peculiar nacionalismo cultural gallego de posguerra, Beiras parecía predestinado -incluso por razones familiares- a ser el líder natural del nuevo galleguismo. A ello contribuían, sin duda, su brillante currículum de estudiante en la Sorbona y la London School of Economics, la cátedra de Estructura Económica que años después ejercería en la Universidad de Santiago y su vasta y exitosa obra teórica, en la que se incluye un tratado -canónico en su momento- sobre «El atraso económico de Galicia». Carismático y a veces conscientemente histriónico, Beiras ya había exhibido sus maneras de líder hace quince años, cuando convirtió al Bloque Nacionalista Galego en la segunda fuerza parlamentaria de Galicia, desplazando al PSOE a un desairado tercer lugar. El inesperado «sorpasso» se produjo en las elecciones de 1997, por más que la proeza tuviese un valor relativo frente a la caudalosa mayoría absoluta de 42 diputados -sobre un total de 75- obtenida por un Manuel Fraga que entonces parecía imbatible.

No siempre fue el suyo un camino de éxitos. De hecho, Beiras se estrenó con un rotundo fiasco como candidato del Partido Socialista Galego en la primera consulta democrática de 1977. Su partido se escindió entre los partidarios de asociarse al PSOE -que finalmente serían mayoría- y los que, como él, apostaban por un socialismo de obediencia estrictamente gallega. Se dice que aquel fracaso electoral lo sumió en una honda depresión, de la que tardaría cinco años en salir a flote con la fundación del Bloque Nacionalista Galego.

Su primera travesía del desierto duró aún hasta las elecciones de 1985, cuando Beiras se convirtió en el único diputado del Bloque en la Cámara autonómica. A golpe de zapato y de ingenio aderezado con eruditas citas de Camus, el líder nacionalista logró convertir la populosa soledad de su escaño en una plataforma de despegue desde la que, doce años más tarde, llevaría al BNG a obtener los mejores resultados de su historia. Beiras había obrado el milagro de recaudar más de un veinte por ciento de los votos emitidos en un lugar de suyo tan conservador como Galicia para una mercancía política que se presentaba -y se presenta aún- bajo el caduco aspecto del «socialismo científico» fenecido el pasado siglo.

Dandy de aspecto cuidadosamente descuidado, ingenioso y a menudo tremendista en sus expresiones, Beiras ha ejercido -y ejerce aún, por lo que se ve- una persistente seducción entre sus seguidores, mayormente jóvenes. Muchos de ellos, si no todos, solían festejar sus habituales salidas de tono cuando calificaba a Fraga de «peste», o a los conselleiros de «oligofrénicos», y acaso esa misma técnica le haya valido ahora de ariete para su sorprendente resurrección en las urnas.

Si años atrás no tenía el menor inconveniente en diagnosticarle un imaginario cáncer a Fraga, esta vez llegó al extremo de culpar a Alberto Núñez Feijóo de haber causado con su política de recortes una mortandad mayor que la de todos los grupos terroristas de España juntos. Nada de ello impidió que, como gallego pragmático, el tonante líder nacionalista alternase también el radicalismo de los gestos con la práctica de la sensatez, hasta el punto de aceptar formalmente la Constitución y establecer una relación breve pero casi cordial con el entonces presidente Fraga. Sólo el desastre del «Prestige» hizo encallar aquello que parecía ser el principio de una gran amistad entre el ex ministro de Franco y el líder de la izquierda soberanista en Galicia.

Paradójicamente, esas virtudes un tanto contradictorias acabarían por suscitar los recelos de la vieja guardia al mando del BNG, amoscada por la propensión a ir por libre y el fuerte tirón personalista del candidato al que había designado. Fue el comienzo de un proceso que primero apartaría a Beiras del liderazgo y finalmente del propio partido -o frente- nacionalista al que servía de referencia.

Ahora ha regresado de su segunda travesía del desierto con una extraordinaria performance electoral que le permite vengarse de la vieja dirigencia soviética del Bloque. Aliado con una Izquierda Unida a la que su imagen opacó por completo, Beiras ha vuelto a demostrar su extraña facilidad para sacar petróleo de los terrenos políticos en apariencia más baldíos.

Con los rizos plateados que a sus setenta y seis años le guardan aún un leve aspecto de querube, Beiras va a asumir en su tercera juventud el doble papel de líder del nacionalismo y de las fuerzas antisistema en Galicia. Se lo ha ganado a pulso este corredor de fondo con cauce de Guadiana.