La joven azafata luce un vistoso uniforme ajustado que realza su cuerpo esbelto. Reparte los auriculares a la vez que detiene su mirada en cada uno de los pasajeros que extienden su mano. La película que se prepara es El lado bueno de las cosas.

Por la ventana del vagón se ven pasar profundos valles con ríos al fondo y terraplenes a los que el tren deja atrás sin esfuerzo y a gran velocidad. La próxima parada es Santiago de Compostela y algunos pasajeros recogen su equipaje.

Chencho va sentado en la segunda fila de asientos. Enfrente viaja un mocetón con pantalones grises y camisa blanca a la que va prendida, una chapa negra con su nombre. Tiene aspecto de mormón norteamericano. Un viaje de espalda erguida para evitar que las rodillas choquen.

Chencho ordena la mochila de viaje y la devuelve al portaequipajes, no había asentado bien entre los otros bultos porque, inmediatamente, con la inclinación del vagón sale despedida.

Se levanta y extiende la mano para evitar que caiga al suelo, cuando intenta tomar asiento de nuevo sale despedido por una fuerza descomunal hacia el suelo y el lateral opuesto, entre los dos asientos de enfrente, como muñeco descoyuntado.

Regresa de algún lugar de entre la nada y la oscuridad, el suelo frío, los golpes y la presión. Agudos de chirridos de hierros y gritos hieren los oídos. Siente el roce de objetos fríos y la cálida carne, un puzle en tres dimensiones. Desconectado del cuerpo solo sonidos, y la sensación de caer por un precipicio esperando el estruendo con estallido final al fondo del barranco. Se resiste. Pero qué más da resistir un poco más. Es el fin, cuando el vagón llegue al fondo del barranco nada podrá resistir.

Algo falla. No está respirando. Un gesto sencillo, respirar es algo que se hace sin más algo inconsciente. Cuánto se podrá vivir sin respirar. Supone que poco. Un tiempo que transcurre lento y la oscuridad es la adueña. El cuerpo descansa sobre los hombros, sobre la cabeza y lo demás, una losa de mil kilos, arriba.

Otra sacudida, una convulsión y todo cambia, aire con polvo y aristas consigue pasar por la boca y la garganta. Por fin aire espeso llega a los pulmones. Todo se detiene, con extraña quietud.

Se detuvo invertido, con las piernas arriba, encajado en un nido con la fábrica de un tornado, inmóvil. Un cuerpo que no obedece, al menos el tiempo y el silencio vuelven a su pauta. Oye quejidos de personas como mugidos de ganadería.

Todo vuelve a su ser. Pierde peso y se aligera. Arriba sobre los objetos el movimiento, como de ratones en el desván de casa con su roce de uñas en la madera barnizada, movimientos de una pequeña vida lejana en el frío del verano. Cristales vagan con el tintineo de cadenas y la agudeza del bisturí.

Invertido se revuelve entre los materiales, pero sin fuerza, los hilos del titiritero. Se mueven primero las piernas y después emerge de un mar de objetos. Apenas se ve, la única luz entra por los extremos del vagón. El suelo no existe y avanza manteniendo el equilibrio sobre una amalgama informe, que el ciclón acumuló. Bustos ensangrentados extienden los brazos de unos cuerpos inertes.

Hollywood y la mafia crecieron juntos, disfrutaron de una fructífera relación que no necesitó un contrato formal. El contrato fue eficaz y sencillo, uno proporcionaba la trama y otro la explotaba. A diferencia de otros lugares, donde los negocios se olvidan, en Norteamérica la trama mafiosa dio origen a un género literario y al nacimiento de un arte, ensoñador y virtual que solo una sociedad tan eficaz sería capaz de alumbrar. Llevar el hombre a la luna o crear internet, son exploraciones de una sociedad en busca de negocios. Fija por escrito y lleva a la comodidad del cine las acciones que mueven la sociedad.

Al intocable Al Capone, directo y desmañado, lo detuvieron por un delito fiscal ante la turbación de la policía, que ve como a la sociedad, ante el miedo a los bárbaros; se le gripa el código penal. Una cosa trajo la otra, y este hilo conductor llevó a que su cuerpo, curtido en el plomo no soportara el paso de unos cuantos miles de voltios, sentado en una silla. Algo así sucedió con el tren de alta velocidad Alvia, también un híbrido que con dos cabezas a diésel y electricidad, pesan como el plomo pero las mueve la ligereza de la electricidad. A nadie se le ocurrió hacer pruebas de comportamiento o una simple inspección técnica, que habría advertido del aplastamiento en sándwich o en tijera.

Lucky, Luciano Lucania, fue también un emprendedor italiano que confió su futuro a la tierra del dólar, In god we trust. Confió en la suerte y la verdad es que le acompañó más de una vez, como cuando quedó para cenar con unos competidores y se levantó para ir al baño justo en el momento en que unos pistoleros entraban a sus órdenes para asesinar a sus invitados.

Algo así sucedió con las medidas de seguridad de la vía, instalaron el ERTMS pero retenía el tren y retrasaba los horarios, se devolvía el pecio del billete. Los jefes de la infraestructura buscaron una solución y la encontraron, lo desconectaron, y se fueron tranquilamente para su casa.

A veces la confianza es la clave del éxito, pero suele suceder que del éxito al fracaso solo hay un paso. También Lucky tuvo problemas con la justicia, conoció la cárcel, y aunque le concedieron ciertas comodidades, prefería el otro lado de las rejas, así que aplicó su buena mano a unos vaqueros metidos en el Departamento de Justicia.

También la Segunda Guerra mundial escribió una página en la biografía de Lucky. Estados Unidos preparaba su desembarco en Sicilia y algún empleado del FBI recordó que en esas costas estaba su conocido emprendedor, que se apresuró a colaborar a cambio de que no revolvieran en sus asuntos, y que don Lucky no abandonara Italia.

Raimond Chandler fue un angloirlandés, soldado en la Primera Guerra mundial, que realizó trabajos de escaso reconocimiento, hasta que fue contratado como ejecutivo por una petrolera. Fue un trabajo reconocido y estable: se persuadía a los propietarios de tierras que flotaban en petróleo de que, lo más conveniente para su economía y su salud era vender.

Las cosas importantes no cambian con el tiempo. A Raimond le fue bien hasta que la conjunción entre la ligera secretaria del jefe y el alcohol, le acarrearon el despido. Así, con algunas neuronas intactas y la afición a la literatura, se convirtió en un autor menospreciado por la crítica, pero admirado por los crecientes lectores de novela policíaca.

Su éxito se debe a alumbrar las pasiones que mueven nuestras relaciones y que él convierte en el centro de la acción.

Los comportamientos mafiosos del mundo delictivo y criminal se encuentran a salvo porque abogados y médicos sin escrúpulos les aconsejan y asesoran, y sin cuyo apoyo les sería imposible continuar delinquiendo. A pesar de que los colegios profesionales conocen los comportamientos de sus colegiados, no los expulsan del ejercicio de la profesión.

Al cabo del tiempo, a la potente industria de comunicación norteamericana, se le ocurrió la idea de enviar a alguien de altura para entrevistar al conocido mafioso italiano en su retiro, y quién mejor que quien daba a la crónica negra un aire poético.

Con estos mimbres, la entrevista tuvo lugar en la habitación de un hotel de Nápoles, donde congeniaron el mafioso y el más exitoso autor de novela negra; como testigo una secretaria transcribe la entrevista, que no se atrevieron a publicar. A las almas las une el capricho de las estrellas.

También aquí pasó algo parecido, al jefe de Infraestructuras lo ascendieron a jefe de Justicia.

El 24 de julio del 2014 fue el primer aniversario del siniestro del tren. Desde ese día en que, por primera vez lo miraron con rostros estupefactos y desvariados como se mira a un fantasma, se mueve de forma etérea. Las víctimas se reúnen en el mismo lugar, con urgencia unos operarios lo adecentaron convenientemente. Hay fotos y discursos.

En la Cidade da Cultura, un lugar en donde un marciano se sentiría como en casa, hubo un acto organizado por la Xunta, dirigido a las víctimas y a sus salvadores. Días antes Chencho envió una carta a su presidente, anticipando lo que podía suceder, la respuesta fue la que se da a una carta recibida del más allá.

El aspecto de la Cidade da Cultura es excesivo e interminable, y se instaló la idea de un nuevo obradoiro, inacabado y perpetuo. Lleno de vehículos de lujo y coches oficiales con sus conductores en corro, hablando de sus asuntos, y pretenciosos invitados intentando encajar en sus mejores trajes, ávidos por mejorar sus relaciones.

En el hall de entrada al acto esperan, tras un mostrador, las azafatas que indican a los invitados cual es su lugar en los varios cientos de sillas dispuestas en hileras ante un escenario iluminado.

Nadie parecía reparar en él. Por los enormes ventanales se ven al fondo de la explanada, tras un cordón de policías antidisturbios, las víctimas del siniestro que dan gritos y portan camisetas y pancartas con eslóganes de protesta. A Chencho le resultó fácil dirigirse hacia ese lugar con la volátil facilidad del aire.