La tercera mayoría absoluta consecutiva de Alberto Núñez Feijóo le ha catapultado políticamente más allá de las fronteras de Galicia. Si ya antes de este 25-S no eran pocos, en su partido y fuera de él, los que le veían como sucesor de Mariano Rajoy, ahora son legión los que auguran su próxima candidatura a la Presidencia del Gobierno de España. Y sin esperar mucho. El delfín pide paso.

El presidente de la Xunta se deja querer. Desde hace meses muchos le sitúan como probable sucesor de su paisano y compañero de partido Rajoy Brey. Y Núñez Feijóo siempre eludió de forma directa la cuestión desmintiéndola "como un rumor" y afirmando su voluntad de estar siempre "al servicio de Galicia". Una frase con toda la retranca gallega posible, pues deja en el aire la incógnita acerca de desde qué lugar, y puesto, cumpliría esa tarea de servicio.

El camino hacia lo que el domingo fue un arrollador triunfo electoral comenzó a principios de año en medio de un mar de incertidumbres. Después de las primeras elecciones generales fallidas, el pasado diciembre, cuando el PP parecía correr todos los riesgos imaginables, el titular de la Xunta admitió sus dudas sobre si se presentaría o no a una tercera legislatura. Incluso sugirió que su destino siguiente sería la empresa privada.

Esa insinuación y el ímpetu que habían demostrado en Galicia los seguidores de la llamada "nueva política", en concreto la coalición En Marea, integrada por nacionalistas e izquierdistas estatales clásicos, además de otros grupos, más Podemos, sembró la alarma en el PPdeG . Se multiplicaron entonces las presiones para que Feijóo renunciase a sus aparentes intenciones de tirar la toalla y se elevaron a clamor los ruegos de sus afines para que dijese "sí" a la candidatura.

Alberto Núñez, fiel a su habilidad de dejarse querer, aceptó "por su amor a Galicia" el desafío de una tercera mayoría absoluta, aunque dejó claro que si no la lograba se retiraría de la vida pública y, en cambio, si la alcanzaba sería la última. Para entonces, el susto de una posible ausencia del líder atemorizaba tanto a su hueste gallega del PP que, por práctica unanimidad, el partido se declaró dispuesto a aceptar lo que el jefe del Ejecutivo autonómico proponía. Y así afrontó las elecciones de este último domingo: casi como un plebiscito, bajo el lema de "En Galicia, sí" y con papeletas y carteles reclamando "Vota Feijóo", acompañado de unas pequeñas siglas del partido.

Pero Alberto Núñez sabía, de antes, que dirigentes autonómicos y provinciales del PP pensaban en él como recambio, en el momento oportuno, de un desgastado y acosado Mariano Rajoy. Esa circunstancia varió después de la victoria del presidente del Gobierno en diciembre de 2015 y, sobre todo, la de junio de este año, porque sus triunfos, aunque insuficientes, demostraron que su partido seguía -pese a todo- siendo el más votado y su electorado más fiable y menos volátil de lo que algunos auguraron. O sea, que el partido tenía oxígeno y, además, Rajoy no estaba dispuesto a tirar la toalla.

Después de conseguir por primera vez en mucho tiempo un aliado en la Cámara, aunque en principio fuese solo para la investidura, Rajoy decidió jugar hasta el final la partida. Y se declaró abierto a un diálogo "sin vetos", renovando su oferta de gran coalición al PSOE. Lo que pocos, salvo el círculo íntimo del secretario general socialista, sospechaban es que Pedro Sánchez se empecinaría primero en rechazar todas las ofertas que le llegasen de la derecha, y luego en vetar a Rajoy o cualquier otro líder popular que le sustituyese. Un "no" que por hacerlo extensivo a cualquier sustituto de Rajoy en realidad fortalecía al líder popular. La "operación relevo" dentro del PP, por llamarla de algún modo, pasó así a segundo plano. O lo que es lo mismo: Rajoy fortalecía su posición.

Y en ésas estaba el país cuando llegan las elecciones gallegas y vascas y todo el mundo admite que serían el termómetro para saber si Sánchez mantendría o no su actitud de bloqueo y la búsqueda de una alternativa con las izquierdas y los nacionalistas, lo que alguien bautizó como un "gobierno Frankenstein". Una postura, por cierto, "cerril" para muchos y "valiente y decidida" para sus hooligans. La división de los barones socialistas, y el poco coraje de los más críticos, obligan ahora a esperar y ver si las maniobras de Sánchez para continuar su estrategia prosperan. En definitiva, si hay unas terceras elecciones o un golpe de mano en el PSOE.

Lejos quedan los tiempos en que el presidente de la Xunta lanzaba indirectas sobre la situación del partido en Madrid o se dejaba querer en cuanta tertulia y micrófono le ofrecían en la capital. Su mensaje de agradecimiento en la noche del triunfo electoral incluyó un reconocimiento expreso a Rajoy. Eso sí, en la campaña había procurado mantener la distancias, coincidir con él lo justo. Y al resto de dirigentes nacionales que se ofrecieron a colaborar en la campaña, como la vicepresidente Soraya o la secretaria general Cospedal, se las dirigió a escenarios menores, con poco foco. Había que evitar una referencia que se percibía perjudicial y, al tiempo, alejar del más que probable éxito en las urnas a aquellos con quienes no se quería compartir el triunfo.

Soraya y Cospedal son dos de los obstáculos que todos colocan ante Feijóo en su más que probable camino hacia Madrid. No son los únicos, pero sí de los más relevantes. Y lo que el presidente de la Xunta ha hecho ha sido optar por saltarlos, por superarlos no dando la batalla en Madrid, sino cogiendo impulso en Galicia.

Pero mientras ese momento llega, lo que en Génova se plantean hacer es conseguir la investidura de Rajoy, su segunda legislatura. Porque ni quiere ser el único presidente que no repita ni está dispuesto a asumir dejar tras de sí la imagen de que se marcha forzado por los escándalos de corrupción. Por eso no cejará en su empeño de ser investido. Por eso y porque los votos le mantienen al frente del partido más votado. Y esa investidura puede llegar ahora, ya mismo, si finalmente los barones llevan a cabo su tantas veces anunciado golpe de mano en el PSOE o en diciembre, tras las terceras elecciones, en las que se prevé que el PP mejore aún más su resultado.

Y Feijóo, ¿qué pinta en todo esto? Pues su papel está en la parte de lo que habrá que hacer luego. Cuando todo lo otro pase. Porque lo que prevén unos y otros es que iremos a una legislatura corta y difícil, tras la cual Rajoy dará un paso atrás para que el PP elija un nuevo presidente y candidato. Y ahí aparecerá Feijóo. Un político aún joven -acaba de cumplir 55 años-, con un triplete electoral que ya quisieran muchos, el único presidente autonómico con mayoría absoluta, con fama de buen gestor y ganas de seguir creciendo política y personalmente. Por cierto, lo segundo lo hace en compañía de Eva Cárdenas, una brillante ejecutiva de Inditex, la máxima responsable de Zara Home, cuatro años más joven que él, separada, madre de una joven de 17 años y con la cual tendrá un hijo la próxima primavera.

Alguien dijo estos días, en su Ourense natal que Feijóo "está ya listo para el asalto a los cielos", entendiendo por tales los techos del palacio de la Moncloa. Desde luego la carrerilla para el salto, para superar los obstáculos camino de ese cielo la ha cogido ya. No parece que vaya a resultar fácil pararle.