Javier Fernández, el presidente asturiano, tiene desde la noche del pasado sábado posiblemente el trabajo más difícil de España. Unir un PSOE roto sin arriesgarse a unas nuevas elecciones que lo conviertan en un partido secundario en la vida política española. Las dificultades son enormes. Tanto por la crisis de su propio partido como por la amenaza que supone Podemos de fuga de votos por su izquierda. Pero Javier Fernández cuenta con una gran baza. Ya conoce la ruta a seguir.

No fue en su propio partido, pero el nuevo líder socialista siguió en primera fila un ejemplo de manual de cómo acabar con una escisión con gran éxito y por la vía rápida. La receta es sencilla. No darles ni agua. Al menos hasta que, una vez derrotados, vuelvan a casa.

A principios de esta década el exvicepresidente del Gobierno Francisco Álvarez-Cascos rompió con el PP cuando su partido de toda la vida decidió nombrar a otra persona como candidato a la presidencia del Principado. Cascos montó un partido muy a la derecha del PP, se llevó a buena parte de sus militantes y a casi todos sus votantes. En apenas cuatro meses logró ser presidente de Asturias, aunque en minoría.

Necesitaba los pocos votos que le quedaban al PP para gobernar. La presión sobre los dirigentes populares, como saben bien todos los asturianos, fue enorme. Los argumentos, similares a los que usan ahora los partidarios de Pedro Sánchez para el "no es no", pero con los socialistas en el punto de mira. Pero el PP asturiano aguantó. Para derrotar a los socialistas no podían unirse al populismo ultra.

Nueve meses después Cascos dimitía y hoy su partido es marginal en la vida asturiana. Eso sí, ahora el PP sí es generoso en la vuelta a casa de quienes se fueron a un partido que atrajo a muchas personas con sus promesas de acabar con la casta, pero que en realidad era uno más de los muchos partidos ultrapopulistas de derechas que hay ahora por Europa.

Por cierto, el único sitio de Asturias donde los líderes populares cedieron ante la presión de Cascos fue Gijón. Y es la única ciudad donde los casquistas mantienen su fuerza, aunque sea en una versión light, más como un partido localista que otra cosa.

Javier Fernández se enfrenta ahora un problema similar, con Podemos a la caza de sus votos y buena parte de sus militantes aplaudiendo los discursos de Pedro Sánchez contra la casta o los poderes económico-financieros. Conoce el camino a seguir. Otra cosa es que lo consiga.