La relación que mantienen el PSOE y el PSC, hasta hace pocos años plena de éxitos electorales, toca a su fin. Al menos en la forma en que se ha venido desarrollando, prácticamente sin cambios, desde 1977. El voto en contra de la investidura de Mariano Rajoy de los siete diputados del PSC en el Congreso es la última fricción entre ambas organizaciones, y la gestora que rige los destinos del PSOE desde la caída de Pedro Sánchez está decidida a redefinir los vínculos de los dos partidos "hermanos".

Pero detrás del malestar del PSOE por la fidelidad que los socialistas catalanes mantienen al "no es no" del exsecretario general, está seguramente también la proximidad que el PSC empieza a tener con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, con la que ya gobiernan en el Ayuntamiento de la Ciudad Condal, y con cuya marca electoral, Barcelona en Comú, en la órbita de Podemos, aspira a aliarse el partido de Miquel Iceta con vistas a las próximas autonómicas catalanas.

Sin embargo, el PSC no tiene intención de replantear su relación con el PSOE, máxime si los planes de la gestora que dirige el presidente asturiano, Javier Fernández, consisten en que esa revisión se traduzca en la salida de los catalanes de la ejecutiva y el comité federales del PSOE y, por lo tanto, que los militantes catalanes no puedan participar en las primarias para elegir al futuro secretario general, a las que Sánchez aspira a presentarse.

El presidente del PSC y alcalde de Lérida, Àngel Ros, dejó ayer muy claro que el divorcio no le conviene ni a una ni a otra organización y que "no está en la agenda de los socialistas catalanes" revisar el protocolo que vincula a los dos partidos.

Es más, Ros se permitió lanzar un aviso a los compañeros socialistas del resto del Estado: "Es un protocolo de muy alto nivel. Se puede revisar entre un congreso del PSOE y uno del PSC". Y el de los socialistas catalanes es el próximo fin de semana y no tienen previsto abordar la cuestión.

Con todo, los nuevos rectores del PSOE, mucho menos dados que los anteriores a aceptar asimetrías territoriales, no creen que sea buena cosa dejar sin castigo lo ocurrido el sábado en el hemiciclo del Congreso. Sobre todo, porque no es la primera vez que sucede. Y después porque, si los afiliados catalanes no pueden votar en las primarias, Sánchez tendrá menos apoyos.

Éste, a grandes rasgos, es el mar de fondo que estas últimas semanas ha removido los cimientos de la antaño exitosa relación entre las dos formaciones. Éstos que siguen son algunos de los roces de su larga historia.

Federalismo asimétrico. Hasta 1998 no hubo refriegas dignas de mención. La primera de fuste la provocó el entonces presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, cuando empezó a hablar del "federalismo asimétrico". Los barones mesetarios, sureños y norteños del PSOE echaron chispas. Un año después, Maragall estimaba conveniente revisar la relación entre las dos formaciones. Al final todo quedó en nada.

Papeles de Salamanca. También se armó una buena cuando, en 2002, los senadores socialistas catalanes se sumaron a los de Convergència i Unió (CiU) para pedir la devolución de los papeles de Salamanca.

La gran crisis. Pero la primera crisis de consideración, si descontamos la actual, se registró a principios de 2013, cuando los diputados del PSC en el Congreso rompieron la disciplina de voto del PSOE, y no una sino dos veces, a cuenta del entonces naciente proceso soberanista impulsado por Artur Mas. Primero respaldaron una moción de CiU en defensa del "derecho a decidir", que el PSC mantiene en su ideario, pero a la que el PSOE se opuso. Después, en buena lógica, votaron en contra de una de UPyD que abogaba justo por lo contrario y que la dirección del PSOE había ordenado a sus diputados apoyar. Los parlamentarios catalanes fueron castigados y multados.