Pilar López abrazaba con fuerza a su madre, Ángeles López, en la estación de Oviedo. La anciana acababa de bajarse del tren de Barcelona. Una ciudad que, en las diez horas que duró el trayecto, cambió radicalmente al convertirse en una nueva víctima del terrorismo islamista.

"Me enteré en el tren, es un desastre. Había unas chicas con el móvil, sólo se oían gritos y sirenas, y ellas estaban muy asustadas", relata Ángeles López. La mujer estaba en Barcelona visitando a su hermana, con la que no había podido hablar al retornar a Oviedo, aunque su hija Pilar le informó de que estaba bien, tranquila.

El andén se llenó de abrazos, también de lágrimas. La barcelonesa María Teresa Salvadó no pudo aguantar el llanto al reencontrarse con su hermano Miguel en la estación ovetense. Casado con una asturiana, Miguel Salvadó pasa el verano en Peñamellera Alta, y su hermana había cogido el tren con sus dos hijos para acompañarle unos días en tierras asturianas.

"Mi hija trabaja en el Hospital del Mar. Salió de trabajar a las tres y se fue para casa. Por los enlaces que tiene, pasó por Plaza Cataluña veinte o veinticinco minutos antes de que pasara todo. Es un sitio con mucho tránsito porque pasan cerca muchas líneas de metro", relataba Miguel Salvadó en la entrada de la estación, minutos antes de que llegara el tren.

El barcelonés se enteró del atentado con gran celeridad, apenas diez o quince minutos después de que pasara todo, a través de varios grupos de Whatsapp. En el tren, su hermana también recibió la noticia. "Nos empezaron a llegar mensajes y vídeos. Había muchos vídeos, muy duros, no dejé que los niños los vieran", relata María Teresa Salvadó.

Al tren de Barcelona no llegaron sólo las noticias del atentado y los vídeos, algunos muy crudos, tomados en Las Ramblas. También testimonios de solidaridad: "La gente se ha lanzado a donar sangre, ha sido una avalancha, y hasta se ha paralizado la huelga de los aeropuertos", explica la barcelonesa.

Ángeles López y María Teresa Salvadó coinciden en una misma palabra al calificar cuál era el estado de ánimo en el convoy: angustia. "Es un lugar emblemático, en el que hay siempre mucha gente, muchos turistas. Era algo que no nos podíamos esperar. Fue muy duro, la gente estaba angustiada y muchos nos pusimos a llorar. Yo también: no pude aguantar las lágrimas", relata María Teresa Salvadó.

"Si miras desde arriba, Las Ramblas es un mar de cabezas. Siempre está lleno de gente. Pero estoy seguro de que la mayor parte de las víctimas son de fuera, son turistas, porque es un lugar muy turístico. Es lo que quiere esa gente, que tengamos miedo y nos sintamos inseguros. Pero no podemos permitir que condicionen nuestra vida", concluye Miguel Salvadó.