Aunque ecuatoriana de nacimiento, Melissa Oyola lleva más de una década viviendo en Gijón. Quiso la suerte que el jueves se encontrase en el centro de Barcelona, en las Ramblas, donde se acercó a tomar un autobús rumbo al aeropuerto, donde cogería el vuelo a Asturias. Sin embargo, eso estuvo cerca de no ocurrir. "Sentí miedo por nosotros mismos", asegura rotundamente Oyola, "por mí y por mi hijo, de 6 años, que me acompañaba". Afortunadamente, eso fue todo: el miedo.

Cuando llegaron a la zona "a unos metros de donde ocurrió todo", empezaron a ver a gente corriendo, gritando, en desbandada. "Fue un momento de tensión, de nervios, muy impactante", relata Oyola ya en Gijón, donde ayer mismo se reincorporó a su trabajo. "Vimos a todo el mundo corriendo y nos asustamos, no sabíamos dónde meternos". Lo único que tenían claro en ese instante era la gravedad de los hechos: "lo primero que pensamos es que se trataba de una bomba, nuestra mente lo asoció rápidamente a un atentado terrorista".

Con el shock del momento, Oyola rememora cómo "nos quedamos parados, no sabíamos qué hacer, hasta que un policía nos dijo que despejásemos la zona, que no podíamos quedarnos allí. Echamos a correr, con muchos nervios, cargando con las maletas, con mi hijo al lado, sólo pensaba en salir de allí". Por ello, Oyola da gracias al taxista que les recogió. "Nos dijeron que no paraban, pero que al verme con mi hijo, nos ayudó". Y entonces, la calma. "Ya sabía que estábamos a salvo, que no corríamos peligro". Pero también la preocupación, "pensábamos en la gente que había quedado allí".

Ayer más relajada, reflexionaba: "No llegamos a ver nada, pero si hubiéramos cruzado la calle, no sabemos qué podría haber pasado", explicita, "vimos a la gente corriendo, metiéndose en los comercios, huyendo de la barbarie, pero en ese momento en lo único que pensaba era en ponernos a salvo". Algo que, por casualidad o destino, pudo conseguir.