Son muchas las opiniones que se han vertido y seguirán vertiéndose sobre el conflicto institucional abierto con la corriente secesionista catalana.

De las varias que he leído me ha llamado la atención una que comparaba este proceso secesionista con el divorcio de un matrimonio desavenido y la inconveniencia de mantenerlo unido por fuerza, como un mal que se enquista, se refuerza y empeora.

No estoy nada de acuerdo con esta comparación, ya que los ámbitos en los que una situación y otra pueden tener lugar no son ni mucho menos equiparables. Sería como comparar los potenciales daños de un arma convencional a los que puede infligir un arma de destrucción masiva.

Ya sabemos que en una separación matrimonial los que más tienen que perder son los hijos, que demasiado comúnmente se usan como arma arrojadiza, pero ¿quiénes son los hijos que más tienen que perder en un caso de secesión?

Se trataría de la sociedad completa a ambos lados del cisma. Padres, madres, abuelos y abuelas, nietos y nietas. ¿Qué pasaría con tantas y tantas familias mixtas que hasta el momento no han encontrado ningún problema en su realidad? ¿Qué pasaría con pensiones a uno y otro lado?, sobre todo cuando el que te tiene que pagar se encuentra enfrente.

Ninguno de estos encantadores de serpientes y salvapatrias está contando la verdad, habida cuenta de que lo que verdaderamente pretenden esconder es su propia ansia de poder, pese a quien pese y pague quien pague por ello.

Todos somos conscientes de que una separación de estados compromete también a todos los compromisos adquiridos. Pongamos la masiva deuda pública que supera el billón de euros y que debería de ser repartida conforme al PIB de ambas partes. ¿Estaría dispuesta cada una a abonar su cuota, o considerarían que eso es un problema ajeno?

No dejemos a un lado el problema de la construcción europea. La UE no está dispuesta a una disgregación de estados que convertiría el Parlamento Europeo en una jaula de grillos, peor de lo que ya es, ingobernable e incapaz de tomar decisiones con voz única.

Este problema secesionista, no lo olvidemos, no es único en Europa. Lo tienen en Reino Unido, lo tienen Italia, Bélgica, Francia, etcétera. El primero en cruzar el límite de lo admisible, en pasar la barrera del no retorno, pagará las consecuencias de ser el chivo expiatorio, aquel que servirá de escarmiento para que otros intentos similares se enfríen convenientemente.

Pero si ha de ser algún pueblo el primero en cometer semejante salvajada, será el nuestro. No sé si será el "Síndrome quijotesco adquirido" o simplemente estupidez, pero no me cabe duda de que si hay uno, seremos nosotros.

La primera medida es que Cataluña quedará fuera de la Unión Europea, no porque sea justo o injusto, sino porque se lo tendrán que hacer pagar para escarmiento de terceros. No importará el potencial económico que tenga en estos momentos Cataluña, simplemente no se lo podrán permitir. Hay demasiado en juego. Por otro lado, el resto de comunidades autónomas que sigan formando parte de lo que quede de España volverán su espalda, por despecho quizás, a toda idea de lo catalán. No olvidemos ninguno quién es el principal cliente de Cataluña. Luego, por una parte, la UE será un mercado difícil para Cataluña y, por otra parte, el resto de lo que quede de España será literalmente imposible.

En un marco como éste, imaginen lo difícil que será conseguir ingresos suficientes para hacer frente a los gastos fijos que se suponen a un Estado: deuda, pensiones, sanidad, nóminas de funcionariado, educación, etcétera.

Paralelamente a esta situación, la prima de riesgo del nuevo Estado catalán sería prácticamente de bono basura, con lo que solamente el pago de intereses de deuda sería agobiante, imposible.

Al resto de España no le iría mucho mejor, con la pérdida de una de las regiones que conforman, hoy por hoy, uno de los motores más dinámicos de la economía española. Sería un golpe muy por encima de lo que podemos siquiera imaginarnos, mucho peor de lo que ha supuesto, está suponiendo y supondrá esta crisis que no se acaba.

Pero seguramente como descendientes de esta hermosa tierra, que no aprende de errores, se abrirá esa puerta y pagaremos la afrenta. Enfrentaremos el molino con lanza y nos dejará maltrechos.

Al final la culpa no la tendrá nadie, ni mucho menos nuestros políticos. Dirán que no hay comienzos fáciles y que lo malo que nos pasa es culpa de la intransigencia del otro.

Qué cinismo más grande.

La verdad es que la culpa la tendremos nosotros y sólo nosotros, por dejarnos conducir hacia el precipicio por políticos que no dan la talla. Como dijo Winston Churchill, "la democracia es el menos malo de los sistemas políticos". Nosotros los hemos puesto ahí, los consentimos y los seguimos como corderos.

El problema será ser lo suficientemente inteligentes y ágiles para relevarlos a tiempo por otros más consecuentes.