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Niebla de guerra

El mensaje conciliador que evitó la guerra en la crisis de los misiles en Cuba

Niebla de guerra

En octubre de 1962, durante la crisis de los misiles cubanos, Estados Unidos y la Unión Soviética estuvieron a punto de emprender una guerra nuclear. Hubo una semana crítica en la que todas las decisiones tomadas por ambas partes hacían prácticamente imposible parar el conflicto. Los dos líderes, el americano Kennedy y el soviético Jrushchev, no querían la guerra, pero sus asesores militares no estaban dispuestos a ceder un milímetro. El general americano Curtis LeMay quería bombardear Cuba y no dejar piedra sobre piedra, y luego lanzar un ataque a gran escala contra la URSS. Los militares soviéticos presionaban a Jrushchev para lanzar otro ataque a gran escala contra Estados Unidos.

Cuando todo parecía perdido, el 26 de octubre, Jrushchev logró hacer llegar un mensaje secreto a Kennedy en el que le pedía una señal de distensión que le permitiera maniobrar frente a sus mandos militares. Bastaba con que cediera en algo, cualquier cosa. Los militares americanos se opusieron, pero el secretario de Defensa, Robert McNamara, aconsejó lanzar un mensaje conciliador. Propuso desmantelar una base de misiles americanos en Turquía y otra en Italia. Kennedy aceptó. Gracias a esta iniciativa, Jrushchev logró convencer a sus militares de que habían obtenido una gran victoria estratégica sobre los americanos y que ahora podían retirar sus bases de misiles en Cuba. Si los americanos retiraban misiles, ellos también tenían que hacerlo. Los militares soviéticos aceptaron a regañadientes. Al instante, los Estados Unidos anunciaron que no iban a atacar Cuba. Las dos partes habían llegado a un acuerdo que evitó una guerra nuclear en el último minuto.

En un gran documental de Errol Morris, "Niebla de guerra", el anciano McNamara, ya octogenario, recordaba que los misiles que lograron apaciguar las cosas no tenían ninguna importancia estratégica y en realidad estaban tan obsoletos que no servían para nada. "Pero gracias a nuestra propuesta de retirar esos misiles, Jrushchev pudo convencer a sus militares de que ahora les tocaba mover ficha a ellos. Y cuando lo hicieron, la retirada de sus misiles de Cuba nos salvó de un bombardeo nuclear".

Imagino que estas cosas no se conocen porque ahora casi nadie tiene interés por la historia, y mucho menos por la más reciente (interesan los templarios, los dragones, las sagas vikingas, estas cosas). Yo vi el documental de Errol Morris en uno de los infinitos canales de la televisión americana, una noche de invierno en la que hacía tanto frío que no se podía ir a ningún lado. Y me he acordado de "Niebla de guerra" porque vivimos circunstancias muy similares, aunque por fortuna no parece que las cosas vayan a llegar tan lejos.

No sé si Puigdemont va a declarar la independencia de Cataluña, pero la situación es muy peligrosa y otra vez puede acabar arrojándonos por un precipicio, como dijo el gran Josep Borrell -nuestro Gordon Brown- en su discurso de Barcelona. Es cierto que la situación no es comparable a la crisis de los misiles porque no hay dos estados con la misma potencia armamentística. Pero el grado de odio al que se ha llegado en las dos partes -basta darse un paseo por Twitter- ha creado una tensión que impide maniobrar a los líderes políticos. Tanto Rajoy como Puigdemont notan el fiero aliento de los suyos en el cogote. Y ninguno se atreve a dar un paso atrás, por simbólico o por intrascendente que parezca.

En cualquier caso, el Estado de Derecho tiene la obligación de mantener la ley frente a la actitud delirante de los independentistas, que de hecho equivale a un golpe de Estado. Y no conviene olvidar que la revuelta catalana es la primera revolución de la historia organizada y subvencionada -y muy generosamente- por el mismo poder que dice ser oprimido por una fuerza colonial.

También es la primera revolución de la historia en la que las masas que se enfrentan a la policía viven cien veces mejor que los policías que tienen delante.

Y además, la movilización independentista está planificada por unos estrategas -siento decirlo- que tienen una clara vocación totalitaria: intoxican a las masas con mentiras; montan minuciosas coreografías callejeras en que los fanáticos se disfrazan de Winnie the Pooh; prometen beneficios inalcanzables y manipulan a los pobres desgraciados a los que mandan a jugarse el tipo en primera fila. Vale, de acuerdo. Y repito: el Estado de Derecho tiene que proteger la legalidad ante las mentiras de esos fanáticos que se quieren saltar la ley.

Pero quizá no estaría de más que el gobierno de Rajoy hiciera un gesto, un leve gesto, que permitiera a Puigdemont dar un paso atrás. Y luego, sí, se podría negociar, pero no como quieren los ilusos -es decir, con mediadores internacionales que otorgarían a los dos interlocutores la misma legitimidad, cosa que hoy por hoy es terriblemente injusta porque hay un intento de golpe de Estado-, sino en el Parlamento y con todas las garantías legales. Y quizá, algún día, se podría llegar a un referéndum pactado con una ley de Claridad como la canadiense. Pero antes haría falta inteligencia, mucha inteligencia. Y por las dos partes.

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