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La cuestión es... ¿habrá contraoferta electoral del destituido Govern?

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Convencido de que la independencia sólo llegará por la torpeza del otro, Puigdemont dijo ayer sin decirlo que no acata su destitución. Que hay que ser perseverantes, pero sin incurrir en la violencia. Que hay que ejercer "oposición democrática" a la aplicación del artículo 155. Sin insultos y respetando (¡qué magnánimo!) el derecho a la protesta que asiste a los del bando contrario.

Mientras Puigdemont tomaba vinos en la Plaça del Vi de Girona, la ciudad en la que nació y de la que fue alcalde, la televisión difundía un mensaje "institucional" grabado que, traducido, significa: "Aquí sigo, pero más acojonado que antes".

Tanto, que el viernes vimos declaración de independencia pero no proclamación: el destituido presidente catalán no está por emular al mártir Companys, y declinó la oferta de salir al balcón que le hacía la enfervorizada multitud que poblaba la Plaça Sant Jaume (unos 6.000).

Eran casi todos jóvenes educados en "el relato", ése que ha ido cociéndose a fuego lento en las marmitas de la inmersión lingüística y la caja propagandística de TV3 (y con el aplauso, no se olvide, de socialistas y populares). Y la verdad sea dicha: aunque ni la dialéctica ni la refutación de ideas sea lo suyo, aunque les hayan inculcado a fondo el desprecio a todo lo español, no muerden: hacia las diez de la noche se les dijo que continuaran el botellón en otra parte y así lo hicieron.

Con ésta y otras mesnadas cuenta Puigdemont para hacer "oposición democrática" al 155. Pero son las otras las que cuentan: las de los funcionarios que boicotearán las órdenes impuestas desde Madrid; las de los consejeros a los que habrá que detener para que cesen (involuntariamente) en sus cargos o abandonen sus despachos; las de los profesores que seguirán adoctrinando a sus alumnos, por más que Méndez de Vigo los cosa a requerimientos. (Y van tres.)

La cuestión es? por cuánto tiempo. Las caras que vimos al finalizar la sesión del viernes en el Parlament no eran fúnebres, pero tampoco de regocijo. El brindis de celebración fue en las escalinatas de la Cámara, no en el Palau de la Generalitat, y no hubo, como digo, proclamación. De hecho, ni siquiera se arrió la bandera española.

En la mente de todos estaba que el camino iniciado cinco años atrás había llegado a su fin. Hemos declarado la independencia. ¿Y qué? ¿Quién la reconoce? ¿Ante qué tercer país es ahora Cataluña independiente?

Pueda o no pueda el Gobierno de Rajoy aplicar el 155, Cataluña no será independiente. No, al menos, esta vez, tras asumir una estrategia, la de la CUP, que conduce directamente al enfrentamiento con un Estado poderoso que ha actuado como lo hubiera hecho cualquier otro ante una rebelión contra su integridad territorial.

Para ser independiente, Cataluña no dispone de otra vía que la negociación. Y si no era la independencia lo que se perseguía, si en realidad era otra cosa (mayor autogobierno, bilateralidad, mejor trato fiscal, un reconocimiento de su singularidad nacional), han llevado la apuesta demasiado lejos y jugado con una pareja que en la partida les ha instalado en la desobediencia. Sin esperanza, pero con convencimiento.

Cabe, no obstante, que Rajoy cometa un error. O varios. Que se le vaya la mano dando palos o deteniendo altos cargos por la fuerza. Que disuelva las protestas en la calle porque, de continuas, se le atraviesen en la garganta como un hueso de pollo. O que la economía empiece a resentirse y los mercados a asustarse por mor de la inestabilidad. Eso también puede ocurrir. Y para evitarlo convoca elecciones el 21 de diciembre: para que todo lo malo que pueda suceder topete con un dique temporal.

La cuestión es? ¿querrá Puigdemont llevar aún más lejos su apuesta y responder a Madrid con su propia cita electoral, esas "constituyentes" que el destituido Govern está tentado de convocar?

Se admiten apuestas.

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