En Baleares, la austriaca Doris Burgstaller era la "guiri" y el asturiano Joaquín López, el "forastero". Se sentían ciudadanos de "segunda o incluso de tercera", les llamaban "fachas" y eran denigrados públicamente en cada esquina. De la noche a la mañana, un pueblo de 6.000 habitantes (Artá) se volvió en su contra. ¿Por qué? La respuesta da escalofríos: simplemente porque querían que sus hijos, Aarón y Noah, estudiasen las seis horas semanales de castellano que establece la ley. Fue imposible. "Allí hay un odio intenso a todo lo que suene a español e inculcan ese rechazo a los niños", asegura el matrimonio, ya lejos del "infierno" nacionalista, instalados en Gijón.

A Asturias huyeron hace ahora un año en busca de felicidad. Joaquín, de 44 años, pidió el traslado a su tierra -trabaja en el sector de la industria- tras rechazar otros destinos, como Castellón o La Coruña, precisamente por su condición lingüística. Querían empezar de cero, sin imposiciones y lejos del fanatismo. Y hoy, trece meses después de ese cambio, pueden decir que han vencido al pasado y que no se arrepienten del camino andado.

"Optamos por tirar para adelante con todas sus consecuencias, aunque nunca imaginamos que el coste iba a ser tan alto. Pasamos miedo: nos hacían fotos a la matrícula del coche y amenazaban con caceroladas a la puerta de casa. Yo padecí gastritis y mi mujer tuvo muchos problemas de nervios. Pese al sufrimiento, soy sincero: lo volveríamos a hacer", asegura López. Todo con tal de "no caer en los mismos errores" que Cataluña, Valencia o Islas Baleares. La pareja es especialmente crítica con la cooficialidad del asturiano: "Esperemos que no llegue nunca, porque eso conllevaría clases obligatorias de bable y ése es el primer paso para acabar en un sistema dictatorial lingüístico. Es una barbaridad".

El "principio del fin" en Mallorca, relatan, fue la casilla de inscripción en el colegio. Toma la palabra Doris: "Había que elegir una lengua, catalán o castellano, y yo marqué una cruz junto a la casilla del castellano. A partir de ahí empezaron las coacciones. Hasta me llevaron al despacho de dirección para decirme que ellos no iban a dar clases en español. 'Eso se aprende en la tele', me contestó la directora". El gijonés Joaquín López interrumpe el relato para puntualizar que ellos nunca se opusieron al catalán, "tan sólo pedíamos que se diesen las seis horas de castellano que reconoce la ley". Tras una larga guerra, se las dieron, pero en los recreos. Aarón y Noah -ahora tienen 8 y 10 años, respectivamente- recibían las clases junto a niños de otras tres familias detrás de la cristalera del patio. Mientras el resto de compañeros jugaban, ellos estudiaban. "Querían que odiasen el castellano y lo consiguieron. El grande, Aarón, vino a las dos semanas diciendo que no le gustaba el español y que tenía que hablar catalán para integrarse en el aula. Que un niño de 5 años, que tenía de aquella, te diga eso, es muy fuerte", opina López.

Comenzó la batalla legal y el matrimonio salió perdiendo. "Primero recurrimos a la inspectora de zona. Catalina Vidal, nunca se me olvidará el nombre. Y nos dijo que lo que hacía el colegio estaba bien... Así que nos dirigimos al Ministerio de Educación, aunque nuestra queja acabó en un cajón. Por el medio conocimos a Círculo Balear, que lucha fundamentalmente contra la vulneración del derecho lingüístico, y nos aseguró que nuestro caso era ilegal y una barbaridad. Lo publicamos en los medios".

Y despertó el independentismo en Artá. Al día siguiente eran "fachas" e "infiltrados del PP". Sus amigos les torcían la cara y el resto de vecinos cruzaban de acera. El colegio los señaló con nombres y apellidos colgando un cartel en la puerta. Los padres y los niños llevaban a clase camisetas negras a favor del catalán... Eran unos apestados en un pueblo con el mismo número de habitantes que Cangas de Onís.

Así conocieron Doris y Joaquín "la barbaridad del nacionalismo catalán". Una crueldad que empieza con el adoctrinamiento de los más pequeños, de seres vulnerables, que un buen día dicen en casa: "Yo no hablo más castellano". Joaquín López conoce muchos casos, lo que demuestra a su juicio "el fracaso del sistema autonómico" en España. "En todos los países europeos hay libre elección de lengua; aquí no y es el momento de centralizar la enseñanza", opina Doris. De lo contrario, los niños seguirán absorbiendo mentiras históricas como la que ponía el libro de Aarón: la Corona catalano-aragonesa.

Para los hijos de Doris y Joaquín, la pesadilla, por suerte, ya acabó. Están "totalmente integrados" en su colegio gijonés y "reciben un trato fantástico de los profesores". "El poder dejar a los niños en la escuela e irte tranquilo es una gozada", reconocen. Un apunte más: el pequeño, Noah, comparte clase con un "exiliado lingüístico" de Valencia. Son las víctimas silenciosas del independentismo aplicado a la lengua.