En el empacho de elecciones que sufre el electorado catalán -en solo siete años, cuatro autonómicas, tres generales, unas europeas y dos municipales- se consolida la sensación de que todo se juega a cara o cruz. Ahora más que nunca. Y siempre con participación cada vez más alta. Algo profundo ha sucedido si los dos partidos que ahora, según las encuestas, se disputan la victoria -Esquerra Republicana y Ciudadanos- eran meros comodines, o complementos, hace siete años. Convergencia, el partido de Pujol, experto en cambiar de nombre cada elección y diluir su marca, dejó de ser el partido fundamental, junto con el PSC, para pasar, si todo se confirma, a ocupar ambos posiciones más complementarias que centrales.

Un clarividente artículo del catedrático Carles Ramió, de la Pompeu Fabra, desmonta la idea de que la aceleración del independentismo se deba a la sentencia del Tribunal Constitucional que cercenó, tras un recurso del Partido Popular, el nuevo Estatut impulsado por Pasqual Maragall. Influyó pero no tanto. Ramió en su artículo en "El País" es rotundo: los estragos de la crisis económica hicieron creer a los ciudadanos, por propaganda de la Generalitat, que la independencia traería el paraíso; y la corrupción del pujolismo se intentó tapar con los efluvios separatistas. Eso le vino muy bien al PP que andaba igual en España. "Una gran obra de teatro para entretener a unas crispadas sociedades, la española y la catalana. Puro teatro convergente y popular para ocultar las vergüenzas de una corrupción insoportable sin dimisiones, ceses y duro castigo electoral (?) sin importarles el inmenso daño social que ha infligido este proceso a las sociedades de ambos lados", remata el catedrático.

Eso es lo que ha dejado el proceso: una Cataluña dividida en dos bloques irreconciliables y un incierto futuro político en una economía decadente. A cerrar heridas acuden algunos candidatos como el socialista Miquel Iceta, aunque Josep Borrell le advirtiera ayer en público que "antes de cerrar las heridas hay que desinfectarlas". Sobre el futuro, el fantasma de la ingobernabilidad: hasta ahora solo ha dicho Inés Arrimadas que le gustaría tener a Iceta a su lado si ella es presidenta, o que lo apoyaría si es la lista más votada. Y en cuanto a la economía, atentos a la advertencia del ministro Luis de Guindos: Cataluña ya solo crece la mitad de España, cuando fue tradicionalmente motor de desarrollo. Por si hay dudas, el Banco de España ha rebajado su previsión de crecimiento para los dos próximos años por Cataluña cuando su economía crecía con vigor hasta el desgraciado 1 de octubre. Ello no impide que Oriol Junqueras, desde la cárcel, en una entrevista epistolar con "La Vanguardia", se jacte de que en la vicepresidencia hizo "la mejor gestión de todo el Estado, de largo, y ahí están las cifras del Gobierno español". Junqueras es, como Cristiano Ronaldo asegura de sí mismo, el mejor. Solo que la realidad lo desmiente porque se gastaron millones en propaganda y ni un euro en guarderías, por ejemplo.

Ante la cita electoral del jueves 21-D, Cataluña contiene el aliento pero España también. Nada de lo que suceda será inocuo para la política española. Una gran votación a Ciudadanos, aunque no gobierne, con descalabro del PP inquieta mucho en Moncloa. La reedición de un tripartito con independentistas castigaría duramente a Pedro Sanchez; y facilitar un nuevo "procés" por los Comunes de Domenech-Colau-Iglesias quebraría a Podemos.

Todo esto y más puede pasar, aunque los líderes digan que hay mucho voto oculto. Puede ser, pero si no lo temieran Rajoy no iría tanto a Cataluña, Ada Colau no habría aparecido en "Sálvame de Luxe" a contarnos que tuvo una novia italiana y no andarían los partidos Ciudadanos y el PSC disputándose el apoyo electoral del ex primer ministro francés Manuel Valls, muy activo en su Barcelona natal.

Todo está en el aire pero clarificándose: estamos aquí en buena parte por tapar la corrupción y por los estragos de la crisis económica.