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La larga marcha de Carles Riera

El cabeza de cartel de la CUP da por proclamada la independencia y - llama a una lucha "que puede ser de años" para construir una república social

Carles Riera. EFE

La mejor expresión del magma heterogéneo que bulle en las calderas de la CUP es el relevo de la feminista radical Anna Gabriel, con su caricaturizado flequillo batasuno, por el pacifista católico Carles Riera, cuya testa se protege del frío con una gorra de tweed que corona su figura de cierta resonancia inglesa. Pero por debajo de los rostros cambiantes que ofrece la Candidatura de Unidad Popular sigue fluyendo el mismo tipo de discurso, situado en el extremo izquierdo del arco parlamentario catalán y al que las encuestas quitan la condición de farolillo rojo para traspasárselo al PP.

El programa de la CUP para el 21-D da por declarada la independencia, exige el levantamiento del 155 y la libertad de los "presos políticos", se propone iniciar de inmediato la construcción de la república y sitúa en el mismo plano la agenda institucional y la reforma social. El responsable de prestar imagen a esas propuestas, barcelonés de 57 años y padre de tres hijos, accedió al hemiciclo catalán en octubre de 2016, como sucesor de una diputada que ya había cumplido los dos años de vida que otorgan los usos "cupaires". Así que a Riera le queda un año para dar la batalla desde el Parlament.

Heredero del catolicismo que tanta savia ha inyectado en la fronda de la independencia, este sociólogo reorientado a la práctica de la controvertida psicoterapia Gestalt milita en el catalanismo de izquierda desde los 18 años y se califica de pacifista gandhiano, lo cual no le impide convivir en la CUP con defensores de la lucha armada. Con sus maneras suaves pero firmes, su iluminado mirar de revolucionario y su estricta pulcritud de atuendo, Riera ha formado parte de varios de los grupos que, con el paso de los años, han acabado confluyendo en la CUP.

A la CUP le cabe la curiosa condición de ser uno de los movimientos políticos más citados y uno de los menos conocidos. Izquierdista, independentista o antisistema son adjetivos habituales para despacharla. De modo que no tiene mucho sentido hablar de Riera sin aludir al movimiento, municipalista y asambleario, a cuyo frente se encuentra hoy. Fundada en los años 80, alicaída en los 90 por sangrías que alimentaron a ERC e Iniciativa, la CUP recuperó fuerzas a principios de siglo, gracias entre otros al movimiento marxista revolucionario e independentista Endavant (Adelante), en el que milita Riera. Su objetivo, el de la CUP, no es otro que conseguir mediante la unidad popular -término tomado del cercenado experimento de transición al socialismo del chileno Allende- unos Países Catalanes (Cataluña, Comunidad Valenciana, Islas Baleares y la Cataluña francesa) independientes, socialistas, ecológicamente sostenibles, territorialmente equilibrados y no patriarcales.

En 2007 la CUP tenía 20 concejales. En 2011 eran ya 91 y en 2015 se alzó hasta 382, a los que hay que sumarles tres en la Comunidad Valenciana. En 2012, a rebufo del 15-M, entró en el Parlament con tres diputados y en 2015, al calor del "procés", subió a 10. Y ahí fue cuando saltó a la primera plana, porque dado que la coalición de Convergencia y ERC (Junts pel Sí, JxSí) sólo sumaba 62 diputados, al menos seis de esos diez escaños eran imprescindibles para la formación del bloque parlamentario que el pasado 27 de octubre proclamó la independencia catalana.

Ya a fines de 2015 su apoyo era requisito ineludible para la investidura de Artur Mas, un sapo difícil de tragar. Fue ahí cuando entró en juego la célebre asamblea del 28 de diciembre, cuya votación sobre el convergente se saldó con un fascinante empate a 1.515 votos. La decisión quedó en manos de la dirección, formada por 60 delegados de 13 asambleas territoriales, que a su vez representan a 109 locales. Y la opción escogida fue exigir la renuncia de Mas, lo que obligó a reemplazarlo por el entonces alcalde de Gerona y hoy autoproclamado presidente en el exilio, Carles Puigdemont.

La convivencia de la CUP con JxSí ha sido un juego del ratón y el gato, que incluyó el rechazo a los presupuestos de 2016 y obligó a Puigdemont a pedir una confianza que obtuvo. Hoy, tras los brutales espasmos del tramo final del "procès", la unidad de acción está aún menos garantizada. Mientras Puigdemont reclama el simple y puro restablecimiento de su Govern y ERC se levanta unilateral algunos días y bilateral otros, la CUP advierte que sólo admitirá la fidelidad a la república.

Riera, con vocalización impecable y tono dialogante, defiende una red única de enseñanza y sanidad, una reforma fiscal, una banca pública y un plan contra la pobreza. Y reclama un instrumento para esas medidas sociales: superar el "golpe de Estado" del 155 y empezar a construir, ya, la república. Sin ansias, porque "ahora viene una lucha que puede ser larga, de años. De desobediencia al Estado, por un lado, y de construcción, por otro, desde la sociedad y las instituciones". Pero también sin héroes, porque "no somos de la cultura de cuanto peor, mejor. Cuantos menos bajas tengamos, mejor". Al fin y al cabo, su combate es de fondo. Y doble.

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