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Frankenstein: el sueño de la política produce monstruos

Rajoy fue breve en la despedida y Pedro Sánchez anduvo de puntillas para no inquietar a la perturbadora suma de sus apoyos

Los diputados de ERC Joan Tardà, Ester Capella, Teresa Jordà y Gabriel Rufián, en el hemiciclo. EFE

Resumen de lo publicado. Para no tener que aguantar rayos y truenos, Rajoy se había ausentado anteayer del Congreso camino de un restaurante vecino donde pasó el primer trago amargo de su caída. Mientras tanto, Pedro Sánchez reunía los votos para cumplir el sueño de convertirse en el primer extraparlamentario presidente del Gobierno de España, sin haber ganado unas elecciones y tras cosechar sucesivamente los peores resultados en la historia electoral del PSOE.

Ayer, nuevamente de vuelta en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, el jefe del Ejecutivo cesante sacó pecho por haber dejado "un país mejor" y se dirigió entre ovaciones a los suyos. "Gracias a mi partido, sin el cual nada habría sido posible", dijo en una fugaz y elegante despedida. Nada más cierto, el partido lo encumbró y el partido lo engulló por culpa de un pasado compartido por el propio Rajoy y un presente erosionado por los efectos de la sentencia de la causa abierta por la trama "Gürtel".

Antes de ello, Rafael Hernando Fraile, portavoz del Grupo Parlamentario Popular, se había encargado de mantener prietas las filas de la resignación invitando a sus señorías a resistir frente al "gobierno Frankenstein". Tras un durísimo varapalo a Pedro Sánchez y a quienes lo apoyan, citó a Gladstone: "La política es el mejor camino para salvar a la humanidad". Y añadió como muletilla: "Hoy no estoy tan seguro de ello". Pero William Gladstone, líder liberal y primer ministro del Reino Unido en cuatro ocasiones durante la etapa victoriana, había dicho también: "Nada de lo que es moralmente incorrecto puede ser políticamente correcto". Pensar lo contrario ha llevado al PP a engañarse.

En medio del duelo por la caída, la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, se expresó buscándole el sentido más patriótico a su amargura: "Lo siento por España". España, en efecto, se abría a una nueva era de incertidumbre, posiblemente la más acusada desde la Transición.

Si hay que fiarse de las apariencias, habrá un Gobierno monocolor sustentado por 84 diputados y tutelado por Unidos Podemos, bajo el liderazgo de Pablo Iglesias, el primero y el único que dijo que el nuevo presidente tendría que dimitir si fracasaba la moción de censura. El panorama no resulta lo que se dice alentador. Los independentistas catalanes, los nacionalistas vascos y los proetarras de Bildu, que han servido de apoyo para garantizarse el Gobierno más débil en la situación más complicada, no dejarán de condicionar los pasos del nuevo Frankenstein. El sueño de la política produce monstruos.

Pedro Sánchez anduvo de puntillas. Más que un presidente decidido a gobernar y a contarles a los españoles su "proyecto regenerador" parecía un hombre incapaz de agotar sus tiempos para no inquietar a la perturbadora suma de sus apoyos. Fuera del palacio, diputados socialistas y podemitas coreaban: "¡Sí se puede, sí se puede!", prueba de la inmadurez que rige los destinos de una política que jamás ha dejado de ser de bloques. El diálogo es a este país lo que una bicicleta a un elefante.

El nuevo bipartidismo está más cerca de lo que algunos creen: por la izquierda y la derecha se avanza hacia un proceso natural de absorción dejando plumas por el camino. Hay quienes sostienen que la moción de censura ha sido más contra Rivera que contra Rajoy. Pero al Partido Popular, que se libera del corsé del poder para disputarle a Ciudadanos la bandera de España, no tardará en surgirle la pugna interna por el liderazgo que sólo puede atenuar la batalla pendiente del centro-derecha. La dos izquierdas librarán la suya en los aledaños del Gobierno. Dentro o fuera.

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