Para detener el tiempo, su deporte favorito, Rajoy se atrincheró toda la tarde del jueves en un restaurante cercano al Congreso de los Diputados. Allí compartió mesa y mantel con muchos de sus ministros (todos menos seis y la Vicepresidenta) en una larga, larguísima sobremesa de ocho horas. Y quizás recordando las tardes pasadas en el casino de Pontevedra, pidió permiso para encender un puro o dos y un reservado para tomarse una o varias copas de coñac, mientras en el Hemiciclo los portavoces de los grupos parlamentarios iban quitándole cuentas al rosario de su permanencia en el Gobierno.

Como todos los grandes hombres que inesperadamente son desposeídos de su poder o sufren una derrota irreparable e ignominiosa, Rajoy se haría la gran pregunta: "¿Qué he hecho mal, en qué he fallado?". O en su caso concreto: "Por qué ya no me quieren, si hace una semana me aprobaron los Presupuestos". ¿Quedó su pregunta sin respuesta". No, pero él no estaba sentado en su escaño para oírla, pues, aferrándose a su tozudez auditiva, negándose, como siempre, a prestar atención a los mensajes que no desea recibir, prefirió gozarse en la lluvia de chascarrillos y denuestos que caía sobre el mantel del restaurante Arahy y desatendió la contestación.

Pero el portavoz del PNV, Aitor Esteban, cumplió su papel y se la dio. Pedro Sánchez es ya presidente del Gobierno, pero el jueves por la tarde, cuando aún no lo era y en el escaño de Rajoy sólo pesaba el bolso de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, salió a relucir el argumento con que el jefe del Ejecutivo censurado más había insistido por la mañana en descalificar la moción de censura del PSOE. Esteban pronunció la palabra clave: estabilidad. La había empleado también el candidato en su intenso careo con Rajoy y, antes que él, el defensor de la moción, José Luis Ábalos; sin embargo, viniendo del enemigo, y del enemigo, además, "aprovechategui", porque "no ha ganado nunca unas elecciones ni tiene el apoyo de los españoles", al líder del PP le sonó como fina lluvia que ni siquiera levanta polvo del asfalto.

Para justificar su voto, el portavoz peneuvista no se olvidó tampoco de apelar a las nociones, tan manidas ya en política, de "responsabilidad, oportunidad y ética"; pero valiéndose de la doble negación, que siempre significa afirmación, con humildad y hasta con cierta pena, le dijo al ausente Rajoy que los cinco diputados de su Grupo votarían "sí" porque su "no" no lograría traer ya estabilidad ni al Parlamento ni al país.

Es decir, que quienes habían sido apoyo imprescindible para aprobar los Presupuestos de este año y los del pasado (los Presupuestos, ese emblema de estabilidad) no podían seguir dándole aire a un Gobierno y a un Presidente que habían terminado su andadura, tocados y hundidos por la corrupción, y menos aún si eran ellos los que debían soportar en solitario la carga de garantizar la continuidad de un proyecto que se había vuelto seriamente inestable tras la sentencia del "caso Gürtel".

Inversiones

En la decisión del PNV debió de pesar también, y no poco, el deseo de votar lo contrario que Albert Rivera, su gran antagonista. Y, en cambio, de votar en el mismo sentido que los dos partidos independentistas catalanes, ERC y el PDeCAT, ante los que Esteban, desde la tribuna, presumió de haber vaticinado con seis días de antelación la inminente retirada del artículo 155. Pero no debió de pesar menos el compromiso adquirido por la mañana por Sánchez, entre la algarabía de los diputados del PP, de asumir como propios los Presupuestos de este año, contra los que los socialistas habían votado, se mofó Rajoy, "con entusiasmo, con un 'no' de los de 'no es no'". Esos Presupuestos que contienen tantas y tan jugosas inversiones para Euskadi, que obligaron a los nacionalistas vascos a romper su promesa de no respaldarlos hasta que el Gobierno de Torra hubiera recuperado todas y cada una de sus competencias.

Todo eso pesaba en el ánimo de los miembros de la ejecutiva del PNV, mientras en el escaño de Rajoy sólo pesaba el tan mentado bolso. Es un símbolo ya para el recuerdo que en el preciso momento en que Esteban le señalaba al jefe del Ejecutivo censurado la puerta de salida, un humilde adminículo, provisor de pañuelos para enjugar lágrimas o quitar legañas, marcara como reservado el escaño del presidente del Gobierno. Es como si la fiel Soraya hubiera esperado toda la tarde por el regreso del espantado Mariano, que al concluir el debate con Pedro Sánchez no aguardó siquiera a que la presidenta del Congreso, Ana Pastor, diera por concluida la sesión.

Pero es que Mariano tenía otra cita. La merienda del Congreso no podía competir ni por asomo con el ágape que iba a regalarse en el Arahy, para agasajarse y agasajar a sus ministros después de tantos sinsabores, y aparte él deseaba hacerse la gran pregunta lejos del ronroneo oratorio de todos esos diputados que ya no le querían: "¿Qué he hecho mal, en qué he fallado?". Por eso no oyó la respuesta de Aitor Esteban; porque no estaba donde podían dársela y él se barruntaba que se la darían. Además (¡qué diantres!) no quería oírla.