Una baza que juega en favor de Feijóo es la ausencia de alternativas de peso. Sin barones regionales con poder real -Vicente Herrera en Castilla y León está de retirada y el declive de Javier Arenas es inevitable-, laminada Cifuentes por el mastergate, desinflado el sector juvenil -Casado aún recuperándose de su milagrosa licenciatura exprés; Levy, "out" tras el fiasco catalán y Maroto en un papel de secundario-, solo se vislumbran dos opciones: la ya exvice Soraya Sáenz de Santamaría y la secretaria general del PP, Dolores de Cospedal.

Soraya contaría con el favor de la militancia, que vería en ella una política transversal en lo ideológico -atraería votos de la derecha pura y también moderados- y con gran conocimiento de la Administración. Pero eso también lo garantiza Feijóo y la vice no controla el partido. Sin ascendencia sobre el aparato de una formación jerarquizada, ¿cómo llegar a dirigirlo? En el PP no hay primarias, así que por mucho que cuente con la simpatía de la militancia, eso no pesa en el resultado final. Además su gestión para frenar el golpe separatista devino en un sonoro fracaso. Tanto que el desafío catalán también explica que Pedro Sánchez resida ya en La Moncloa.

Cospedal controla hasta hoy toda la maquinaria del PP, pero difícilmente la "número dos" podría representar el cambio en un partido expulsado del Gobierno por la corrupción. Es cierto que Bárcenas fue el tesorero de Aznar, pero también que fue ella la que justificó su despido en diferido. Cospedal se identifica demasiado con el PP de los escándalos. Su apoyo a Cifuentes cuando ya era un cadáver y solo generaba indignación retrata un concepto de la política anquilosado. Cuando una mayoría cree que falsificar un título académico es tan grave como robar y ese acto fraudulento te invalida para la vida pública, ella defendía lo contrario. Su pasmosa indiferencia hacia lo ético ayuda a entender la salida a empellones del PP del poder y su hundimiento demoscópico.

Que compartiesen el Consejo de Ministros y que mantengan intacta su ambición política es lo único que hoy les une. Porque la relación que mantienen las dos mujeres más poderosas de la era Rajoy es nula. Y precisamente eso, su mutua aversión, su desprecio, las penaliza como recambios en el liderazgo de un partido que aspira a coser heridas, renovarse y fortalecerse para presentarse ante la sociedad como una alternativa de gobierno.