Lo que de verdad nos interesa en el caso de la banda armada de Coslada es conocer la identidad de sus cómplices. Ya sabemos que el jefe de la Policía y sus secuaces pegaban y violaban a las mujeres, sabemos que extorsionaban a los comerciantes, que ordenaban (al alba) desnudarse a los mendigos en medio de la calle para reírse de su frío, que destrozaban el mobiliario urbano y rompían las lunas de los coches, que robaban los equipos de música de los automovilistas accidentados, que daban patadas a las víctimas agonizantes (quizá, tras asistir a su agonía, les revisaban la boca, por si tuvieran alguna pieza de oro). Sabemos que andaban todo el rato con la pistola fuera, manoseándola como los bebés se manosean la pilila. Probablemente, también se metían el dedo en la nariz y se tiraban pedos. Individuos impresentables, malos, muy malos, nadie lo duda, pues ellos mismos se han retratado en las cámaras de sus móviles. De acuerdo, eran unos puercos. Pero detrás de esos puercos tenía que haber políticos hediondos. Es más, si no hubiera habido políticos hediondos, tampoco habría habido policías puercos. Ningún matón de ese calibre permanece 20 años en el cargo sin la colaboración de las llamadas fuerzas vivas.

Escandalizarse con efectos retroactivos es mejor que nada. Pero hociquear excesivamente en el escándalo podría constituir una de las formas de mirar hacia otro lado. Ya sabemos cómo entran los polis malos en los clubes de alterne, hemos visto muchas películas. No ignoramos que eligen a las chicas como el que escoge una merluza muerta en el mercado. Nos consta su capacidad cosificadora, su perversión moral, su falta de empatía. Tampoco ignoramos que a veces, después de haber dado una paliza a un pobre anciano, llegan a casa y ayudan al niño a hacer los deberes. El ciudadano medio es ya un experto en este tipo de patologías. Pero la pregunta, ahora, es qué ocurrió. Qué ocurrió para que Ginés Jiménez llegara a jefe de la Policía (incluso a policía). Qué ocurrió para que pudiera fundar desde ese puesto una banda de extorsionadores, de violadores, de ladrones y gente de mal gusto en general. Qué ocurrió para que ninguna de las denuncias que ensuciaban su currículo impidiera que lo continuara alimentando. Qué ocurrió para que todas las voces que hoy narran sus repugnantes correrías fueran minuciosamente silenciadas durante décadas. Si lo hemos entendido bien, el tal Jiménez era un bala perdida. Pero quién manejaba la pistola de la que salió esa bala. ¿Quién la disparó durante años contra los indefensos ciudadanos de Coslada? Si no averiguamos quién disparó, ese Ginés Jiménez u otro de su calaña seguirá disparando. Quizás en este instante nos esté apuntando a usted o a mí, o a su hijo de usted o al mío.

Debemos, pues, preguntarnos qué ocurrió, pero no de un modo retórico, como se lo preguntan los políticos, sino de un modo sincero, al modo de quien de verdad quiere averiguarlo.

-Hay que investigar qué mecanismo de control falló -decía ayer un concejal, quizás el de Seguridad, que a la hora de escribir estas líneas, por cierto, aún no ha dimitido.

A eso nos referimos con lo de las preguntas retóricas. Preguntarse qué falló resulta una indecencia. A nadie se le oculta que la pregunta correcta es qué funcionó. ¿Qué funcionó? Nada, no funcionó nada. En 22 años de extorsiones, de violaciones, de palizas, de amenazas, de robos, de desbarajuste general, no funcionó una sola alarma, no saltó un fusible, no dimitió ningún alcalde (y los ha habido de IU, del PP y del PSOE). Por eso, si no quieren ustedes perder todo el crédito, deben dejarse ya de preguntar por lo que no funcionó. No funcionaron ustedes, sin cuya complicidad, consciente o inconsciente, (les damos el beneficio de la duda) no habría podido crecer una banda armada del tamaño de la de Ginés.

Por eso nos preocupa que se entre en una descripción pormenorizada del modus operandi (con perdón) de los criminales. La experiencia dice que las descripciones pormenorizadas tienen mucho morbo y mucha audiencia (creo que ya están preparando una miniserie para la tele), pero la preocupación por la audiencia podría desviar la atención del objetivo principal. Y el objetivo principal, una vez encarcelados los polis, debería ser la búsqueda de la «autoría intelectual». Conviene recuperar para este caso esa expresión que tan torticeramente se ha usado en otro ámbito. Ya conocemos la jeta de Ginés. Ahora queremos ver la de sus protectores.