son frecuentes las celebraciones como la que nos convoca este nuevo libro en torno a la figura de don Manuel Martínez Blanco, que sus antiguos alumnos editan revalidando el recuerdo de una figura docente tan determinante en sus vidas. Cien años de vida es un dilatado período que no sólo nos permite felicitar su fortaleza y salud personal, sino contemplarnos a nosotros mismos, a nuestra sociedad, a lo largo de todo el siglo XX. Un siglo de vida intensa y cambios tan radicales en todos los órdenes que es difícil observar la vida de nuestro país a comienzos de 1900 y reconocernos en ella. Conjugar intereses de fuerte raigambre y aspiraciones ancestrales creó grandes y, en ocasiones dramáticas, tensiones que sólo el esfuerzo, la templanza y el tiempo pudieron armonizar y hacer posible nuestra actual convivencia y desarrollo. Personas como don Manuel, con actitud de servicio desde su profesión, facilitaron la integración y desarrollo de sus alumnos para, desde una mejora de la vida personal, ayudar a madurar a una sociedad anémica y desvertebrada que no permitía desarrollar por completo sus capacidades a los ciudadanos.

Pocas actividades profesionales más integradoras y civilizadoras que la del maestro de escuela, tan necesaria a una sociedad que aspira a compartir conocimiento y valores. Maestras y maestros llevan a cabo, con su tarea, la responsabilidad de armonizar el desarrollo de los alumnos y la instrucción de habilidades y conocimientos técnicos que respondan a unas indeterminadas necesidades de nuestra sociedad. En este complejo cometido tenemos la fortuna de trabajar con personas que a través de su formación siempre hacen aportes clarificadores que nos orientan. La tarea educativa no es una actividad solitaria en la que alguien diestro moldea un material, sino más bien un diálogo, una relación solidaria a través de la que se construye, al unísono, el conocimiento y la persona. En la inagotable disputa profesional sobre el fin último de nuestra profesión, si ha de incidir en la mera transmisión de conocimientos o primar los aspectos educativos, si han de ser los valores o las materias quienes ocupen nuestro tiempo y relación con los alumnos, don Manuel optó claramente en su quehacer por las personas que había en sus alumnos, y llegando a ellas, con ellas construir el conocimiento a través de las áreas instrumentales. Este punto de vista educativo le hizo abordar aspectos hasta entonces inéditos en la escuela: crear una Asociación de Padres, relacionar a alumnos necesitados con un comedor parroquial, crear una asociación de antiguos alumnos, etcétera, asociando la relación educativa a una acción tutorial de implicación y seguimiento hasta la inclusión de sus alumnos en el mundo laboral. No es de extrañar, pues, el afecto y relación que sus alumnos, tantos años después, le siguen profesando y manifestando.

Resulta curioso observar cómo los nombres de los colegios muy raramente llevan el de maestros o maestras que hayan colaborado significativamente con su comunidad. Más bien sus nombres son topónimos con referencia al lugar donde está ubicado o bien de personalidades, en gran número de escritores, a quien la sociedad quiere homenajear, pero, con frecuencia, con muy poca o nula vinculación con el colegio que tutelan. No es el caso de nuestro centro que con el nombre de C. P. Manuel Martínez Blanco rinde homenaje a una larga trayectoria profesional, a más de 45 años de servicio educativo en distintos colegios. Parece increíble que se pueda, en una vida, dedicar cuarenta y cinco años a una profesión y más en la educativa, donde la implicación personal y las completas relaciones que se establecen conllevan un desgaste significativo. Tuvimos ocasión de celebrar con don Manuel los 25 años de la fundación del colegio, entonces en un barrio periférico de nuestra ciudad, y disfrutar de sus recuerdos, de su viveza y de su interés por la labor que se realizaba en el centro. Cierto que hoy nuestra profesión se realiza en condiciones mucho más ventajosas, en todos los sentidos, que a la que dedicó su vida don Manuel. Pero es gracias a hombres como él que con su esfuerzo y aportaciones innovadoras la educación pública en nuestros días ofrece un servicio que facilita la integración en nuestra sociedad.

Nos sumamos al homenaje que sus antiguos alumnos le rinden con motivo de su primer centenario de vida. Celebramos su longeva vitalidad desde un centro joven -apenas 30 años de funcionamiento- que con orgullo lleva su nombre y procurarnos seguir su ejemplo al poner el servicio a las personas de nuestra comunidad como nuestro primer afán.

Este texto de Elena García Díez, directora de C. P. Manuel Martínez Blanco, figura como prólogo en el libro que los antiguos alumnos del colegio acaban de editar con el homenaje a Manuel Martínez en su centenario.