Víctor GUILLOT

Lourdes Murillo gusta de las palabras en desuso, ésas que aún guardan el aroma del castellano antiguo y populachero, tan significado y lírico, tan coherente y escondido como una vasija romana. Lo cierto es que son esas palabras que, una vez pronunciadas, se quedan pegadas en el cielo del paladar.

Cuando le propusieron hacer una intervención en la capilla de la Trinidad del Museo Barjola, pronto llegó a su boca la palabra «entrecielo», que viene a significar toldo y que ha desaparecido lentamente de la costumbre parlante española. Quizá fuera por las paredes calinas, o por el frío de la piedra grisácea, o por silencio que se respira, o por esa extraña luminosidad que encierra la cúpula de la capilla. En cualquier caso, Lourdes Murillo, con su instalación «Entrecielo», elevó su toldo, ocultando la cúpula de la capilla y recordándonos aquellos otros entrecielos de la sevillana calle Sierpes, que protegen a los transeúntes de los tediosos días de calor.

Lourdes Murillo, pintora extremeña, ha querido respetar con su obra el espacio semirreligioso que ocupa la instalación: cuatro leves pantallas de papel de arroz suspendidas paralelamente bajo la cúpula con dibujos translúcidos que, a modo de celosía, filtran la luz.

Dice Aurora García, la poetisa que apadrina esta intervención, que Lourdes Murillo ha pintado retículas sobre el papel a partir de la libertad espontánea que va generando el impulso de la línea, provocando una suerte de «ensortijamientos que se prolongan sin interrupción a lo largo y ancho de cada tira».

Lourdes Murillo es una artista de lo plano y toda su obra está concentrada en la creación de superficies planas sobre las que extiende su abstracción.

«Entrecielo» guarda tanto respeto a la capilla que la obra se mimetiza con las paredes, la piedra y la cúpula, sin que se produzcan contrastes ni distorsiones del lugar. Diríase, incluso, que pasa desapercibida, algo que debe ser entendido como un logro, pues la quietud que inspira su toldo no entorpece la paz, ni el silencio ni la luz que presta el continente.

La colocación a media altura de la capilla divide el espacio en dos plantas ficticias, de tal forma que admite una doble visión del conjunto. Así, desde abajo el espectador siente una sensación opresiva pero desinhibidora, «algo así como si anduviera en el agua», dice la artista. Al mismo tiempo, desde las plantas superiores, las cuatro pantallas se asemejan como un mar de líneas y arabescos que conforman una inmensa red flotante.

Señala Aurora García que «Entrecielo» interfiere en la atmósfera callada de la capilla como si se tratara de música visible, una especie de «allegro» motivado por los arabescos. La obra desprende un sentido de la fragilidad y, sobre todo, de la levedad, un concepto del arte que interviene de modo primordial en la estética de Murillo, una estética que adquiere forma de palabra antigua y que tiene su correlato en la poesía pura de Juan Ramón Jiménez o de José Angel Valente. «Entrecielo» podrá visitarse hasta el próximo 9 de septiembre.