Miriam SUÁREZ

En los bares de La Calzada y El Cerillero hay muchos parroquianos que empiezan a hojear el periódico por la sección de Cuencas. Ésta es una de las zonas de Gijón con más vecinos procedentes de los valles mineros. Algunos llevan viviendo aquí más de 30 años, pero tienen muy presente que sus raíces están regadas por las aguas del Caudal o del Nalón.

Joaquina Pérez García y Luis Carmona de Miguel son de los que siguen a través de LA NUEVA ESPAÑA lo que ocurre en «su» Blimea del alma. «Estoy encantada aquí y me integré divinamente, pero lo tuyo ye lo tuyo. No sé decite. Para nosotros, Blimea ye mucho», sentencia Joaquina. En cualquier caso, «si ahora tuviese que volver, fíjate, no volvería; aquí tengo los hijos, tengo el nietín...», matiza al instante.

A Luis, sin embargo, no le importaría cambiar el Piles por el Nalón ahora que está jubilado. «Él, que nació en Madrid y llegó a Blimea con 14 años, mira tú», subraya su mujer. Este matrimonio lleva en Gijón 38 años. Toda una vida. «Vinimos porque lu trasladaron a él», empieza a contar Joaquina. «¿Cómo fue aquello Luis?», consulta a su marido, antes de proseguir con su historia: «De la Fábrica de La Felguera mandáronlu a la Fábrica de Moreda y, de ahí, a Veriña. Vinimos casados y con un hijo. El segundu, ya nació aquí».

Primero vivieron en Tremañes. Y, luego, se trasladaron a La Calzada, a uno de los pisos que Uninsa (luego Ensidesa, más tarde Aceralia y ahora Arcelor) ofrecía por entonces a sus obreros. «Me dieron para elegir tres, pero yo no pasé del primero; me gustó según lo vi. Y eso que estaba en la planta 12.ª y nosotros veníamos de una casina con patio en Blimea. No creas, daba algo de susto», explica Joaquina.

Sólo en este grupo de viviendas, levantadas sobre la antigua algodonera ya viven 386 familias procedentes de las Cuencas. En la urbanización de siderúrgicos de El Cerillero residen otras tantas. Una vez al año, desde hace cuatro, se reúnen en un Encuentro de amistad y añoranza que moviliza a toda la zona Oeste. A la última edición acudieron más de 3.000 personas.

Muchos corazones divididos entre las Cuencas y Gijón. Como el de Joaquina Pérez. «Mira que me dio pena dejar atrás Blimea, a mi madre, a los mis suegros... Pero yo ya me considero un poco del culo moyáu», comenta. «Además, encuéntrome muy bien en La Calzada. Desde el principio. También es verdad que pasé de Tremañes, donde no había nada, a un barrio que, de aquélla, ya tenía muchos comercios y mucha animación», apostilla.

Avanzada la conversación, uno descubre que, para Joaquina y Luis, el verdadero aliciente de Gijón se llama Robert y tiene 9 años. «Es el único nietín que tenemos por ahora», refiere ella, con un orgullo de abuela que no le cabe en la boca. A esta antigua modista y a este siderúrgico jubilado les salieron los hijos policías locales. El que nació en Gijón, patrulla en Sama; y el que nació en Blimea está destinado en Gijón. El porvenir del único hijo de Melita Fernández García tampoco depende de la siderurgia, sino de su título de veterinario.

La factoría de Veriña, que en la década de los setenta estaba necesitada de mano de obra y trajo a Gijón a miles de personas de tierra adentro, sigue siendo una actividad primordial para la economía asturiana, pero ni mucho menos como antaño. La reconversión industrial ha pasado factura. «Antes, igual salían de aquí cuatro o cinco autocares de obreros. Ahora, saldrá medio. Están casi todos jubilados», apunta Melita.

Ella también es vecina del grupo de viviendas de La Algodonera. Tenía 15 años cuando dejó Mieres para mudarse a La Calzada. Ahora, está a punto de cumplir 51. «Ay, pasélo muy mal de la que vine. Mucho echaba de menos el mi pueblín», comenta en un asturiano cantarín que delanta su origen.

El «pueblín» del que habla Melita Fernández se llama Seana y es un balcón que se asoma a Mieres desde el otro lado del «puente la perra». Su madre regentaba uno de los chigres más populares de la zona, en el que uno podía comprar un kilo de sal igual que tomar una pinta de vino. El éxodo de mano de obra les hizo replantearse el negocio: «Vimos que era mucha la gente que marchaba a trabajar a Uninsa y vinimos detrás de la gente».

Una parte de la familia -sus dos hermanas y sus cuñados- arribó a Gijón en la primera riada de trabajadores. El resto -Melita, su madre y su otro hermano- se instaló en la ciudad un año más tarde. «Acuérdome que, donde la iglesia, había unes escueles de chapa y que la mayoría de les calles estaben sin asfaltar. La verdad ye que esto empezó a levantar con los de Mieres», sostiene Melita, que, cuando dice los de Mieres, está refiriéndose en realidad a todos los vecinos de las Cuencas.

Esta mujer trabajadora donde las haya atiende un despacho de pan, que también es tienda de ultramarinos, en la calle de María Zambrano. A los 23 años se quedó viuda y con un niño que todavía estaba aprendiendo a caminar. La familia hizo piña y Melita consiguió salir adelante. «Me mantengo en forma sólo por ayudarla», bromea su hermano Lionel, mientras le mete cajas de mercancía en el almacén de la tienda. Melita demuestra ante la clientela el mismo buen humor. «En esta barriada ya somos como una familia. Date cuenta que llevamos viéndonos desde hace más de treinta años. Ahora, Gijón ye mi casa», concluye.