Lorena NOSTI

Curas, monjas y obispos. Los tres cerditos y el lobo feroz. Pájaros, acróbatas y malabaristas. Médicos, hadas, vacas y tunos. Y hasta unas cuantas reproducciones de Charles Chaplin. Todos ellos apenas levantaban un palmo del suelo. El desfile infantil de disfraces llenó las calles del centro de Gijón de colorido, alegría y de la sin par ternura que despiertan, lleven lo que lleven, los más pequeños.

Néstor Fernández, oculto bajo el hábito de una monja, arengaba como poseído por el diablo a decenas de diminutos religiosos de medio metro: «¡Vamos, hermanas! ¡En el nombre de Cristo!». Si del Grupo Cultural Amigos de Monteana dependiera, el Papa Benedicto estaría encantado con el notable aumento de vocaciones entre los más jóvenes. Pero la explicación la daba el propio Néstor. «No sé qué ye lo que pasa en esti convento que toos los años alguna queda preñada. ¡Y algo provechoso tendremos que hacer con tantos críos!». Ayer, los ordenaron a todos. Justo detrás de ellos, la ONG Corazones Solidarios Santa Olaya daba vida a los personajes más importantes de la carrera cinematográfica de Charles Chaplin, mientras Los Pezclarinos avanzaban al grito de «¡Parrocha!», «¡Pixín!», «¡Sardines fresques!», haciendo honor a las sardineras del Xixón de antaño.

El Gran Circo corrió de la mano de los más pequeños de los colegios Montevil y Severo Ochoa, que, al ritmo de la mítica canción de los payasos «Había una vez un circo», no dejó de saltar ni un solo momento.

Algunos grupos, como el de la Escuela de Música La Clave o el Colegio Corazón de María, disfrazados de tunos y de pajaritos, respectivamente, no perdonaron ni a los bebés, que iban con chupete y ataviados de Antroxu, ni siquiera a los perros, que tampoco se libraron de la peculiar vestimenta.

Emilio Eiras, amigos y familia se enfundaron en el interior de un huevo de metro y medio, botes de ketchup y mostaza en un particular alegato a los triglicéridos y a Canal Cocina. Y mientras tanto, mosqueteros, arlequines, vikingos y brujas observaban desde la barrera el desfile. A la altura de Menéndez Valdés, uno de los tres cerditos del grupo «Los Trasgos» se empeñó en compartir el habitáculo de uno de sus hermanos y, por más que el lobo se empeñó en hacerle volver a la casita de paja, no tuvo más remedio que darse por vencido. Eso sí, entre las carcajadas de los viandantes.