María IGLESIAS

Narciso Díaz lleva 13 años acudiendo a por «ilusiones» al San Blas de Jove. En esta ocasión se marchaba a casa con tres paquetes de rosquillas benditas llenos de «esperanza». «Uno para la familia y dos para mí», bromeaba este vecino de La Calzada, operado de la garganta desde hace más de un decenio.

Y es que ayer la media tonelada de dulce preparado para la ocasión comenzó a venderse media hora antes del inicio de la misa. Sólo se produjo un receso durante la procesión en honor de San Blas, benefactor de los enfermos de la garganta, y ya las mujeres de Jove temían que no alcanzara para todos.

Más de un centenar de personas abarrotaron la iglesia de Jove, mientras otro tanto de ellas esperaba fuera debido a la incapacidad de acudir a misa en el interior de la parroquia. «Jamás debería de morir esta tradición», apuntaba José Luis Piñera, vecino de La Calzada.

Una fiesta que no sólo muere, sino que cada año va a más, sólo hay que ver el aumento progresivo de la cantidad de rosquillas. Los 500 kilogramos preparados para esta ocasión se repartieron en Jove, pero también fuera de la parroquia.

José Luis Onís, procedente de Nava, lleva cuatro años fiel a San Blas, «desde que sufrí la operación de garganta», dice el naveto, quien acude cada año a la parroquia de Jove por «tradición y devoción». «Es el único santo que me mueve», declaraba ayer María Vega, de La Calzada, cargada con seis paquetes de rosquillas. «En mi familia no hay nadie operado de la garganta, pero la tradición manda», decía la mujer.

San Blas se alza como una de las pocas festividades que continúa cargada de un alto componete religioso, por ello eran muchos los vecinos que ayer aplaudían la devoción que mueve a los enfermos de garganta. «Las rosquillas implican fe», aseguraba Ana Zambrana, vecina de la parroquia, a la espera de obtener el dulce.

Para Andrés Alonso, de Pola de Lena, ésta era su primera vez, conoció la festividad de San Blas a consecuencia de una enfermedad de garganta que terminó con su voz hace un año. Su mujer, María del Mar Novelle, aseguraba que es «necesario» la permanencia de estas tradiciones con «carácter religioso». Otros, menos novatos, como Montse Álvarez, llevan acudiendo a San Blas «toda la vida» y asegura que «no debe desaparecer».

Los más madrugadores se pudieron hacer con las rosquillas antes del inicio de la ceremonia religiosa, otros tuvieron que esperar al término de la procesión, pero todos se llevaron algunas para repartir y compartir. Los niños de la parroquia tuvieron que esperar a las seis de la tarde a una misa organizada para los más pequeños y en la que también se repartió el dulce bendito.