En este loco febrero también se me ha ido el patrón del «Fuerabrás», aquel velero en que Nani me permitía ir de proel. Él, Carlos del Castillo, Gin Herrero, Pepín Sanchís y el superviviente (por muchos años) José Guerra tuvieron la paciencia de instruirme (sin gran éxito) en el noble arte de navegar.

Fernando Magdaleno tuvo la suerte de saber y poder tocar varias teclas simultáneamente. Navegaba a vela, pintaba y escribía al mismo tiempo que ejercía la profesión de boticario, gestionaba la cooperativa y era directivo del Colegio Oficial de Farmacéuticos. Había nacido en Oviedo, pero se le daban muy bien las cosas de la mar. Sus paisajes cantábricos fueron muy cotizados por los gijoneses y aplaudidos por los intransigentes tertulianos de «El Sotanín».

He tenido el privilegio de prologar su libro sobre los nostálgicos tranvías urbanos que aún echamos en falta.

Nani era polivalente, sabía de muchas cosas y alguna me las enseñó en su rebotica de El Llano y de Marqués de San Esteban. Y, además, me tomaba la tensión.

Descanse en paz.