Aparte de lo que tiene de burlesco, el chasco de los cacos que se dan de bruces con unas cajas fuertes cuya fortaleza sólo encubre el puro vacío regala buenos mimbres para jugar a las metáforas sobre el capitalismo tardío. Los ladrones siguen acogiéndose a la vieja concepción de lo económico, según la cual el capital consiste en esos recios fajos de billetes que aguardan la palanqueta, el butrón y la nitroglicerina en el seno maternal de una caja blindada. Pero, ay, en esta época de apoteosis financiera y de circulación evanescente de convoyes de ceros que orbitan el planeta a velocidad de la luz y cambian de manos aún más deprisa, el dinerazo ya no es material. Lo que se guarda en los bancos es sólo viruta, limadura, el suelto. Si quieren palos como los de antes, la pasta contante y sonante, la real, la que pesa y duele perder, es la poca que queda en las alcancías de los curritos. Pero se han de dar prisa, porque cada vez hay menos en ellas.