Ayer, apenas incorporado a mis actividades ateneístas, recibía la luctuosa noticia del fallecimiento de Marino Galán. Con él se fue, amén del amigo, uno de los principales puntales del Ateneo Jovellanos. Hasta hace poco Marino formó parte de la junta directiva del Ateneo, a la que renunció hace algún tiempo intentando que no se notase su ausencia, como era habitual en él, porque ya la enfermedad había hecho mella en su cuerpo. Su colaboración fue imponderable en la organización del Cincuentenario de la institución. Entre otras actividades, coordinó la publicación que recoge los cincuenta primeros años del Ateneo. Y fue ese asesor polifacético que uno quiere tener siempre cerca. La historia, el arte, la literatura o cualquier tema de actualidad eran de su interés, y siempre estaba dispuesto a colaborar en la organización de actividades culturales. Luego, casi sin que nos diéramos cuenta, fue apartándose de la vida ateneísta. Estoy escribiendo un libro, era el escudo bajo el que se amparaba cuando recriminábamos sus largas ausencias. Y también añadía: estuve en Valladolid, con la nieta. Ambas cosas eran ciertas y a buen seguro que con ellas llenó los últimos días de su vida. Porque cuando la enfermedad llama a la puerta, nos aferramos a aquellos deseos nunca cumplidos por falta de tiempo y a los seres más queridos. Estoy seguro de que la Vida de Pedro Valdés, que tanto investigó, su nieta, sus hijas y su esposa, Belén, colmaron plenamente ese espíritu inquieto, pero a la vez tranquilo y sosegado, que le caracterizaba. Nos consta que a Marino le tentaron muchas veces para ocupar un puesto importante en la vida pública. Importante fue, y lo seguirá siendo, en la memoria de quienes le conocimos bien; pero decidió trabajar en la sombra, para hacerlo con independencia, fiel a sus ideas y sirviéndose de sus múltiples conocimientos. Fue, y deseo decirlo claro, un hombre honrado donde los haya. La impronta que dejó en su familia y en sus amigos no se borrará fácilmente. Por eso hoy mi disgusto es grande: he perdido a un amigo ejemplar, de los que es difícil sustituir. Era, Marino, la viga oculta del edificio que, aunque nos veamos, soporta un importante peso. He perdido, el Ateneo Jovellanos ha perdido, un puntal importante. Por eso camino hoy más viejo y cansado de lo habitual pero, al igual que siempre hizo Marino, esperanzado y convencido de que éste no es final, sino el principio de la eternidad que no ha de tener fin. Allí, seguro, me reencontraré -nos reencontraremos- de nuevo con Marino.

José Luis Martínez (presidente del Ateneo Jovellanos).