J. M. CEINOS

Miguel Artola Gallego, que hace unos meses sacó a las librerías «La guerra de la Independencia», un compendio histórico al calor del bicentenario de aquelos hechos históricos, es especialista en la historia de España del siglo XIX y en el cambio del Antiguo Régimen al liberalismo, que tiene su máxima vitola en la Constitución de 1812. Hace casi veinte años publicó «Los afrancesados», un completo estudio sobre quienes abrazaron las ideas de la Revolución Francesa en España de la mano de Napoleón Bonaparte. El próximo mes de octubre, invitado por la Junta General del Principado de Asturias, dará una conferencia titulada «Cortes y Constitución», dentro de un ciclo dedicado al papel de Asturias en la guerra de la Independencia.

-Hablamos de los últimos tres años de la vida de Gaspar Melchor de Jovellanos. ¿Los mejores?

-Vamos a ver. Sin ninguna duda, no es el momento de su obra intelectual, pero es el momento más influyente de toda su vida en la política española.

-¿En qué basa usted esa influencia?

-Fue un vocal muy destacado de la Junta Central.

-Una vez que no quiso formar parte del bando de los afrancesados...

-Una cosa son las especulaciones sobre este asunto y otra que el hecho cierto es que Jovellanos rechazó de plano el incorporarse a los afrancesados, aunque los hay que sostienen que no se decidió hasta el final...

-¿Titubeó?

-No, él venía de varios años de encierro (en Mallorca) que, aunque tampoco fueron de aislamiento, fueron de no tener ninguna participación en nada, dedicándose exclusivamente a sus estudios históricos, literarios... Y, de repente, le ponen en libertad y emprende su vuelta, pero en el camino le están llegando noticias insólitas: están cambiando las cosas en España muy rápidamente, ya había comenzado el proceso para llevarse al rey Fernando VII de España y, sobre todo, la crisis del poder central, que hace que la población de las ciudades no ocupadas por los franceses se manifieste en favor de la guerra. Desconozco, no obstante, en todo este proceso, cuándo Jovellanos elabora su proyecto político.

-¿Qué separaba a Jovellanos de los afrancesados?

-Le separaba fundamentalmente la resistencia a la invasión, al cambio impuesto, sobre todo cuando ese cambio no ha sido como en otras partes, sino que encontró la resistencia popular. Jovellanos se encuentra en una situación en la cual no es que el país esté sometido, es que el país está levantado. En definitiva, Jovellanos, en ese momento, no se plantea la reforma, lo que se plantea es que hay que tomar partido por un bando. Y lo que hace es tomar su decisión, que fue rechazar el cargo de ministro que le ofrecen y negarse en redondo a colaborar con el nuevo régimen. Es cuando la Junta de Asturias le designa como vocal, aunque él no es miembro de la Junta, para la Junta Central.

-¿Cuál es su contribución a la Junta Central?

-Desde el verano de 1808 manifiesta ya un proyecto político elaborado, no unas ideas o unos ciertos principios; lo que tiene es un proyecto de gobierno y de Constitución para España. Será una persona muy escuchada en la Junta Central y, sobre todo, será una persona que domina, que controla la Comisión de Cortes, que es cuando la Junta Central se decide a emprender el camino de las reformas. En la Comisión de Cortes Jovellanos, que no tiene ninguna vocación de gobernar, tiene una enorme vocación constituyente para construir el futuro. A él el gobierno cotidiano le tiene sin cuidado, y por eso -él lo dice- se considera más miembro de la Comisión de Cortes que de la Junta Central.

-¿Por qué?

-Vio el comienzo de las Cortes y no le gustó. Él tiene un proyecto que, curiosamente, es tan moderno que pasaron muchos años antes de que se volviese a formular.

-¿En qué principios se basaba?

-Jovellanos pensaba en una cosa muy distinta; como ilustrado, era muy partidario de la monarquía y del rey, pero también era mucho más avanzado que el común de los ilustrados, que no aceptaban ninguna forma constitucional; lo que pasa es que la forma constitucional que Jovellanos quiere introducir es la que se conoció luego como monarquía constitucional, es decir, un sistema político con Parlamento, pero en el que la última decisión, en lugar de estar en manos del Parlamento, estaba en manos de la Corona.

-¿Un modelo a la inglesa?

-No, en el modelo británico el rey dejó de ser un personaje político desde principios del siglo XVIII. El Reino Unido era entonces una monarquía parlamentaria, es decir, las decisiones las tomaba el Parlamento, y eso Jovellanos no lo aceptaba; lo que quería era un sistema de reparto de competencias entre la Corona y las Cortes, pero, en caso de conflicto, la última decisión estaría en la Corona.

-¿Era lo que le diferenciaba de los liberales?

-Claro, los liberales querían lo contrario, querían lo que hicieron, la Constitución de Cádiz de 1812. La postura de Jovellanos era muy reformista, pero quería tener un control del poder dentro de la tradición ilustrada, es decir, hacemos las reformas con el rey. Quería que hubiese un poder que hiciese las reformas. Para eso, él lo que concibe es un proyecto, brevemente dicho, que consiste en que, en lugar de convocar las Cortes, que es una idea que defienden los absolutistas, ya que piensan que las Cortes se limitarán a elegir una regencia, Jovellanos lo que quiere es hacer unas Cortes muy representativas pero con unas funciones muy limitadas. Él piensa, primero, que hay que demorar la reunión de las Cortes dos años para que en esos dos años se pueda preparar un paquete de legislación completo que contenga todas las reformas necesarias y fundamentales en el país, y someter ese paquete legislativo a las Cortes para su aprobación; en otras palabras, Jovellanos no quiere que las Cortes sean constituyentes, quiere ser él constituyente.

-¿Por qué falló?

-Es muy dudoso que el plan de Jovellanos hubiese prosperado, de aplicarse, por la época en que lo formuló. Primero, a los absolutistas no les gustaban las reformas, y a los liberales no les gustaba un sistema político moderado.

-¿Quedó atrapado entre los dos?

-Al final fue desbordado por donde menos lo esperaba, cuando trata de crear unas Cortes bicamerales, con una Cámara alta (Senado). Ahí choca frontalmente con la opinión de los liberales, que rechazan su proyecto. Jovellanos lucha hasta el último momento por esa idea, por el bicameralismo como emblema y fundamento de su proyecto político, pero no consigue sacarlo adelante, ya que las Cortes, en lugar de reunirse con una representación de las ciudades, se convierten en una representación nacional -popular, se decía en la época-. Entonces, la Junta Central va a preparar la primera ley electoral, que está escondida debajo de un título que dice: «Instrucción para celebrar las elecciones», y esa ley electoral es el reconocimiento de la derrota de los principios de Jovellanos. Por otra parte, quienes tenían que hacer el paquete legislativo del que hablaba Jovellanos no lo hicieron.