Ni siquiera en la medianoche del pasado domingo, cuando el recuento estaba finalizado y se sabía vencedor de las elecciones, Enrique Tamargo perdió la serenidad y la compostura que mantuvo durante la larga e intensa campaña electoral del Grupo Covadonga. Durante casi dos meses, fue el candidato tranquilo. Y desde hace una semana promete convertirse en el presidente paciente. Una cualidad que le será de gran ayuda para dirigir un club donde todo, desde la temperatura de las duchas hasta el presupuesto destinado a los equipos profesionales, está fiscalizado por sus más de treinta mil socios. El que será decimoquinto mandatario de la mayor sociedad asturiana inicia mañana, día de su toma de posesión, una andadura que deberá recorrer como las rutas que periódicamente realiza por la montaña de Asturias: con paso lento, aunque firme.

Poco dado a los flashes de las cámaras y comedido hasta en los momentos más agitados, Enrique Tamargo convirtió la celebración de su victoria electoral en una tranquila noche de reconocimiento a sus tres adversarios electorales, tras una contienda donde las zancadillas ganaron la partida a los apretones de mano. Pero el presidente electo sabía entonces que debía enviar, desde el minuto uno, un mensaje tranquilizador. «Voy a necesitar la paz social», aseguraba una y otra vez con rostro sereno.

Tamargo está educado en la disciplina. Hombre amante de las rutinas y poco dado a los cambios de última hora, su vinculación al Grupo se remonta a los pocos años de su nacimiento, un día de noviembre de 1949. «Soy socio de los de la calle del Molino», asegura con orgullo antes de recordar un par de trastadas, siempre las mismas, que pergeñó con sus amigos de la infancia en las viejas instalaciones de la playa. Debieron de ser las únicas de su vida. Porque a él le gusta que todo funcione «según marcan las normas». Quizá por eso se negó a hacer declaraciones hasta que la asamblea aprobó el calendario electoral. «Hay que cumplir los plazos y actuar de acuerdo a las formas», decía sin despeinarse.

Disciplina aprendió también como deportista. Porque lo fue, y además de los que llegan lejos. Aficionado al fútbol y al baloncesto, encontró su sitio en el equipo de balonmano del Corazón de María, el colegio donde acabó el Bachiller. A las órdenes de José Antonio Roncero y bajo los auspicios del padre Miguel Corral, descubrió las dos caras de la práctica deportiva: perder o ganar. O mejor aún, aprendió que para ganar no vale todo y asumió que, a veces, aunque se haga de todo, se pierde.

Tras un breve periplo en el Atlético de Madrid, histórico del balonmano español durante la década de los setenta, aterrizó en el Marcol de Valencia, ciudad en la que inició sus estudios de Medicina, su gran pasión (con el permiso de su esposa y sus tres hijos, a los que califica como el motor que le empuja). Con el diploma en la mano, regresa a Gijón para ponerse la bata blanca en el antiguo ambulatorio central. De allí dará el paso al Hospital Central de Oviedo y, tras varios años, desarrollará labores en el equipo médico de la empresa Asepeyo. Finalmente conseguirá una plaza en la Casa del Mar y allí permanecerá durante varias décadas hasta su prejubilación, el año pasado.

Fue precisamente su condición de hombre «dedicado sólo a mi familia y a mis amigos» una de las bazas electorales que mejor supo jugar el ahora presidente grupista. «A este club hay que dedicarse en cuerpo y alma, y a mí me sobra tiempo», decía. Y fe de ello dan las numerosas amistades que se ha granjeado a base de partidas de pádel, la mejor manera que ha encontrado para matar el tiempo muerto.

Quizás por su vida tranquila y sosegada, a Enrique Tamargo la virulencia de la campaña electoral le cogió por sorpresa. Nunca acabó de entender el masivo seguimiento que la prensa realizó de un proceso en el que estaba inmersa más del diez por ciento de la población de Gijón. Cuando se hablaba de posibles implicaciones políticas en el lanzamiento de otras candidaturas, fruncía el ceño o, como poco, ponía cara de asombro. Y cuando las acusaciones traspasaban lo programático para llegar a lo personal, miraba hacia arriba, como el que espera que deje de llover sin correr a atecharse. Eso sí, supo esperar su momento. Midió los tiempos, supo apoyarse en su gran valedor, el presidente saliente, Ángel Cuesta, y en los socios con más peso específico dentro del club. Y así dio el golpe de gracia para conseguir un triunfo basado en su inigualable paciencia infinita.