Lorena NOSTI

Risueño, optimista y con su fama a cuestas, Eleuterio Sánchez es consciente de que cuarenta años no han sido suficientes para que el nombre que figura en su registro de nacimiento se imponga frente a aquel que, aun por circunstancias poco deseables, le lanzó a convertirse en un verdadero mito de la España franquista. «El Lute», que visitó Gijón para participar en el programa «Terapia de grupo» de la TPA, sólo aspira a una cosa después de haber pasado 18 años en prisión: a vivir y reafirmarse como una persona normal.

-¿«El Lute» o Eleuterio Sánchez?

-Siempre abominé de «El Lute» porque en sus comienzos tenía un matiz peyorativo. Fue un alias que me sacó la policía en los años sesenta. Pero, desde entonces a esta parte, «El Lute» tiene su impronta, su andadura, incluso hay quien lo asocia como sinónimo de lucha, de superación. Casi es como un himno. Por tanto, ahora «El Lute» o Eleuterio me da un poco igual.

-¿Qué queda hoy de «El Lute» de los sesenta?

-Eso es como preguntarle a un actor qué es él, si el personaje de la última película que ha hecho o es Imanol Arias, pongamos por caso. ¿Qué es «El Lute» o qué era «El Lute»? Pues lo que se creía de Eleuterio en un momento en que en España estábamos todos encorsetados o éramos la voz de su amo. «El Lute» es el desconocimiento, es el mito, la visión que los españoles tenían de Eleuterio como una especie de libertador en un momento en el que todo el mundo estaba más o menos prisionero y alguien creyó ver en El Lute una especie de David frente a Goliat. Pero eso es mitología.

-Desde luego, se convirtió en una leyenda social, pero ¿cree que ahora, en democracia, su figura sería la misma? ¿Sería posible esa imagen hoy en día?

-Absolutamente, no. Imposible. Hoy, en una sociedad madura , es impensable un Lute. «El Lute» hoy es absurdo, un personaje kafkiano.

-Una de las historias que dieron la vuelta al mundo sobre su mito fue el hecho de que usted se formara en prisión. Si ejerciendo la abogacía se encontrara con un caso similar al suyo, ¿qué haría?

-Yo hice Derecho en la rama penal y lo ejercí unos tres años, con Tierno Galván. Tuve que dejar la toga porque me veía en la cárcel con aquel «chorizo» que estaba defendiendo. El Código Penal es como el juramento hipocrático. Si dice que el artículo 503 condena a 12 años, eso es amén. Y te dan ganas de decir: «¿Pero no se da cuenta de que este hombre no tuvo ninguna oportunidad y no han hecho más que ponerle banderillas de fuego cuando lo que necesita es un poco de sociología, y no de criminología?» Porque la sociología es antes que la criminología. Aplicar la criminología haciendo abstracción de la sociología es poner la carreta delante de los bueyes. Me llamaron la atención muchísimas veces, incluso pasaron quejas al Colegio de Abogados, hasta que decidí que tenía que dejar el derecho. El derecho es maravilloso, pero la aplicación del derecho es un poco defraudante porque encuentras situaciones tremendas.

-¿Y a qué se dedica ahora?

-Fundamentalmente, a escribir. Doy conferencias, mesas redondas, alguna que otra intervención en televisión; pero, sobre todo, me dedico a vivir, que he estado 18 años en la cárcel. A reafirmarme un poco en el mundo de los libertos, que no es fácil, porque las cárceles de las rejas están en las prisiones, pero las cárceles del alma están fuera, entre los libertos.

-¿Le pesó mucho el nombre de «El Lute» al salir de prisión, para bien o para mal?

-Sí que me pesó. También tuvo sus ventajas, en el sentido de que no pasas inadvertido para nadie, y como suele ocurrir tienes simpatizantes y tienes detractores. Unos dicen: «Qué tío más cojonudo» y otros dicen: «Pues qué tío más mierda». Tienes que hacer una especie de segunda naturaleza, que decían los romanos, que es la costumbre, porque nunca te sitúan en el papel que yo creo que corresponde, que es el de persona normal. Y lo digo hasta orgulloso, porque una persona que fue inicialmente condenada a muerte sin haber matado, ni siquiera herido a nadie nunca jamás, haber pasado dieciocho años en la cárcel, salir y considerarte una persona normal no es moco de pavo.

-Se podría decir que conoce bien la justicia desde los dos lados del estrado. ¿Cómo valora la crisis del poder judicial?

-Los que estamos de alguna manera involucrados en la sociología, la criminología y el derecho lo sabíamos desde hace bastantes años. Lo que ocurre es que lo de la niña de Huelva ha sido la chispa que prende la mecha. Un tal Pacheco, alcalde de Jerez de la Frontera, decía que la justicia es un cachondeo, pero es que es verdad. No hay por dónde cogerla. Hay algunos casos en los que es absolutamente lamentable. Nos movemos con inercias del pasado y las reformas no han llegado todavía.