Se habían comentado tantas cosas respecto a la guerra de la Independencia en el ciclo que el Ateneo Jovellanos está ofreciendo como conmemoración del II Centenario de su inicio, que ingenuamente pensamos que a un historiador de la talla de Gonzalo Anes le quedaba por desarrollar poca materia para desarrollar; en una palabra: que sus predecesores le habían pisado las ideas. Craso error. Nada más iniciar su discurso, el señor Anes, habiendo olfateado inteligentemente los espacios descubiertos, dijo: «No voy a entrar en pormenores de menor trascendencia, guerrillas, frentes, batallas, y circunstancias, sino que me ceñiré a los antecedentes y consecuencias de la guerra de la Independencia».

Presidían el acontecimiento cuatro señores: el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Gijón, que una vez más celebró y agradeció la interesante iniciativa ateneísta; el anfitrión, José Luis Martínez, el antedicho Gonzalo Anes, y su presentador, José Luis Pérez de Castro, que, dentro de su línea habitual de amenidad, ofreció una semblanza del conferenciante severa en cuanto hubo de tratar sus méritos personales, y divertida al detenerse en los aspectos humanos del que desde hace muchos años distingue con su amistad. Por su parte, José Luis Pérez de Castro es abogado y periodista, miembro de las academias de Jurisprudencia de Madrid, Granada, Valencia y México, y hasta hace unos meses ostentó la presidencia del Ridea. Definió a Gonzalo Anes como nacido en Trelles, «esa Mesopotamia entre los ríos Eo y Navia», amante de Asturias, hidalgo rural, tímido, retraído, fiel a sus amigos y dueño de un fino sentido del humor. Tras hacer sus primeros estudios en Navia y Avilés, se licenció en Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad Complutense. Uno de sus profesores, Luis García de Valdeavellano, despertó en él la inclinación por la Historia, «es un hombre de archivos», y sus publicaciones son innumerables. En 1980 ingresó en la Academia de la Historia, de la que actualmente es su director.

El mayor perjuicio de la guerra de la Independencia fue la inestabilidad que comenzó a producirse en los reinos españoles de ultramar, tan unidos hasta ese momento a España, comentó Gonzalo Anes. Una vez fallecido Carlos III, y siendo elevado al trono su hijo, Carlos IV, a los seis meses de su coronación, estalla la Revolución Francesa. Tanto Floridablanca como el conde de Aranda fracasan en sus intentos de que no lleguen a España las noticias de lo ocurrido tras los Pirineos. Tras una breve guerra entre Francia y España, se firma la paz de Basilea; poco después, como el enemigo común era Gran Bretaña, Godoy se alía con los revolucionarios franceses. Una vez que Napoleón rige los destinos de Francia, su deseo es invadir Portugal, nación aliada de Gran Bretaña, para lo que es preciso atravesar España. Una trampa. Confinada la familia real en Bayona, y forzado a abdicar el soberano, sube al trono de España José Bonaparte. Los españoles no aceptan la situación y se produce el estallido popular, y la declaración de guerra en la que Asturias es pionera. «Nunca ha sido una guerra civil, sino patriótica contra el invasor», dijo Gonzalo Anes, en la que se destruyeron fábricas, talleres, rebaños bovinos, plantíos, obras de arte, archivos y bibliotecas. Pero lo peor es que ahí comienza el proceso de independencia de los virreinatos de América, al observar el criollismo ilustrado el vacío de poder producido en la madre patria. Aparte, la guerra de la Independencia supuso un gran retroceso en los avances sociales conseguidos a la luz de la Ilustración.