L. NOSTI

Sus cerca de 30 creaciones literarias lo acreditan como un escritor más que prolífico y los numerosos galardones recibidos dejan constancia de la calidad de sus obras. Sin embargo, Luis Mateo Díez tiene muy claro que el poder de los mundos de un escritor no reside en el número de volúmenes publicados. El poeta, novelista y miembro de la Real Academia Española fue el encargado de dar el pistoletazo de salida a las celebraciones del Día Mundial del Libro con su conferencia «Las palabras de la imaginación», en la que aprovechó para hablar de su última novela.

-¿Cuál es «La gloria de los niños»?

-Bueno, en mi mundo narrador hay bastantes niños. En este caso me interesaba un niño de las posguerras, de cualquier posguerra. Pertenecería a lo que yo llamo la tradición del niño heroico, al que, por las circunstancias hostiles en las que vive, se le hace un encargo inapropiado para su edad. Me interesaba mucho esa fábula porque está contada desde los poderes del niño, que son fundamentalmente su necesidad, su bondad y su inocencia, que es siempre un bien extremadamente poderoso.

-Contrasta mucho con el mundo real.

-Sí, mucho. Desde la novela, como espejo, puedes escribir a veces fábulas de contraste. Me gustaba esa ambientación y lo que son las infancias en las sociedades desarrolladas: un niño al que protegemos, pero que, a la vez, la sociedad lo convierte en un objeto de consumo. Me gustaba que mi niño de «La gloria de los niños» pudiera suscitar este tipo de reflexiones sobre lo que está pasando.

-Lo presenta en una ocasión especial: coincidiendo con el Día Mundial del Libro.

-Se trata de una fecha que tiene, de año en año, una propensión más intensa a ser una festividad fuerte, porque parece que todos tenemos conciencia de la necesidad de que el libro se considere como un bien poderoso en esta sociedad en la que la revolución tecnológica y la invasión de la imagen nos hace sospechar a todos que está un poco relegado.

-¿Sería mejor que no hubiera Día del Libro?

-Sí. Las cosas se celebran porque se necesita. Pero también la gente va a misa los domingos y a lo mejor no haría falta.

-Dice que la revolución tecnológica está relegando al libro a un segundo plano. ¿Cree que terminará desplazándolo a una mera reliquia del pasado?

-Son datos de las sociedades desarrolladas, de la realidad, del progreso. Está bien que eso nos interese y nos preocupe, pero creo que el libro, el viejo libro que viene de la imprenta y de la galaxia Gutemberg, tiene todavía mucho destino por delante. Es un objeto con unas cualidades muy sutiles en su propia materialidad. Estoy plenamente convencido, a mis sesenta y tantas castañas, de que me iré de este mundo viviendo en el libro y con el libro de papel en las manos.

-La función formativa de los libros y su papel en el uso del lenguaje cobrará más importancia cuando se le pregunta a un miembro de la Real Academia...

-Las nuevas tecnologías de comunicación conllevan, muchas veces, un descuido en el uso del lenguaje, una trivialización del sistema clásico de comunicación entre los seres humanos, que es la voz y la palabra escrita y el cuidado de la misma. A través de los artefactos que usamos, creo que de una manera consumista, disparatada, excesiva, aunque vivamos mejor sin él, que yo no tengo móvil, plantean serios problemas que habría que contrastar con una sensibilización fuerte. Hay que tener mucho cuidado con la lengua. En esa batalla está la Real Academia Española, pero, claro, no es una policía del lenguaje. Marca pautas de comportamiento lingüístico, pero el mal uso es responsabilidad de cada uno.

-Sin embargo, la Real Academia acepta palabras de uso muy extendido, aun consciente de que sean incorrectas.

-Porque la lengua es del pueblo. Cuando una palabra que te puede parecer impropia o inadecuada y sobre la que estableces las advertencias que quieras se expande está en el uso, y el uso es una regla generalizadora de lo que es la comunicación verbal. Otra cosa es que no se establezcan vías para ver hasta dónde ese uso es debido o indebido, o que una palabra que entra en el diccionario porque su uso está extendido entre y salga cuando ya no esté de moda. El diccionario es un espejo de la realidad lingüística y de la realidad verbal. No puede ser el espejo de unos señores exquisitos que dicen cómo habría que hacerlo. No obstante, eso es pecata minuta. La lengua es mucho más fuerte que todo eso.