M. IGLESIAS

La velocidad que impone el mundo moderno en todas las facetas de la vida cotidiana obliga a cada hombre y a cada mujer que se ven inmersos en esa vorágine a tener sus capacidades físicas y psíquicas a un grado máximo de tensión. Cada novedad en el devenir vital de la persona supone una aceleración y cada aceleración un cambio que, en muchas ocasiones, acaba por ser una agresión a la salud. Este «choque del futuro» que afecta a la humanidad en estos momentos genera enfermedades en algunas personas. Pero se puede hacer frente a esas realidades físicas desde el tránsito por el camino de la espiritualidad. Un camino accesible para todos si se tienen los maestros adecuados y el impulso necesario. Y un camino que se puede recorrer gracias al yoga.

Pero ¿qué es el yoga? Los expertos explican que el yoga es la práctica del «vedanta», nombre bajo el que se recogen las verdades espirituales eternas descubiertas por los antiguos sabios y presentadas en los «Upanishad». Unas verdades que no son propiedad de ninguna religión concreta porque están en el origen de todas ellas. A partir de este reconocimiento inicial el yoga -palabra que deriva del término «yug»- se practica como una filosofía de vida donde se busca, por un lado, la unión de mente y cuerpo y, por otro, la unión de la conciencia individual con la universal. Esta ciencia milenaria procede de la tradición hindú, pero sus técnicas están ampliamente popularizadas en el mundo occidental con centros de estudio en muchas localidades, incluida Gijón.

De hecho, yoga hay más de uno. Los especialistas recuerdan que los más conocidos son el «karma yoga» o yoga de la acción, el «bhakti yoga» o yoga de la devoción, el «jnana yoga» o yoga del conocimiento y el «raja yoga», que desarrollado por el hinduista vedantista Patanjali en sus «Yoga Sutras» establece grados o etapas para el conocimiento del alma. En una clase cotidiana de «hatha yoga» se unen el tercer y el cuarto grado marcado por Patanjali en una combinación de posturas (ásanas), ejercicios respiratorios (pranayama) y relajación. Las ásanas permiten al practicante de yoga conseguir beneficios físicos tan importantes como, por ejemplo, la tonificación de los músculos, una mayor flexibilidad, el fortalecimiento de las articulaciones y la activación de la circulación sanguínea. Esas posibilidades, unidas a la práctica de ejercicios respiratorios, ayudan, por un lado, a conseguir que el cuerpo esté en plena forma y, por otro, a desarrollar una mayor capacidad de concentración. El yoga resulta también idóneo para combatir el estrés, que parece haberse convertido en una enfermedad inevitable de los hombres y de las mujeres occidentales en los últimos años. Sus bondades para el sistema nervioso son innegables.

«Toda actividad puede convertirse en yoga cuando se realiza conscientemente, con el conocimiento de la conexión entre el individuo y el cosmos porque todos somos parte de la conciencia divina y cualquier cosa de este universo es una expresión de esta realidad», explican los maestros que recuerdan las palabras de Swami Vivekananda: «Toda alma es potencia divina: nuestra meta es manifestar lo divino que está en nosotros controlando la naturaleza exterior e interior».