El jueves tuvo lugar la interpretación del programa de abono número once de la temporada 2007-2008 de la «Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias» (OSPA), en el teatro Jovellanos de Gijón.

Su director titular, el maestro Maximiano Valdés, condujo con gran acierto a la formación orquestal asturiana, que abordó un repertorio basado en diferentes puntos de vista musicales dentro de la variada estética del siglo XX: el misticismo del norteamericano Charles Ives, la densidad textural de la finlandesa Kaija Saariaho, el espíritu trágico del polaco Krzysztof Penderecki y la serena armonía colorista del francés Maurice Ravel. Valdés dedicó unas palabras a contextualizar el repertorio y planteó un acercamiento de las obras a la audiencia, al tratarse de lenguajes académicos que resultan, en la mayoría de los casos, menos accesibles para el público. Fue todo un gran acierto.

El concierto se abrió con la composición «La pregunta sin respuesta», donde conviven y se superponen de forma simbólica diferentes estructuras musicales de carácter independiente.

Esto tiene que ver con la infancia del compositor y la sensación de mezcla en la masa sonora al escuchar en la calle a las bandas militares tocar, algo que condicionaría significativamente su propuesta. En la obra se presenta un diálogo a tres bandas entre la cuerda (siempre en matices muy suaves, manteniendo la base), el viento metal (con una trompeta detrás de escena que esboza una frase con otro tratamiento armónico) y el viento madera (cuatro flautas con una dinámica y tempos contrastantes).

La pregunta plantea el sentido de la existencia, lo que queda en el aire, aunque también se puede encontrar un encuentro/desencuentro entre el concepto tonal y atonal en los discursos de los instrumentos, quedando abierto este último. Seguidamente, se presentó «Orión», de Saariaho, obra estrenada en 2003, un ejercicio orquestal dividido en tres movimientos que recoge esencias que van desde Sibelius hasta la escuela polaca de Lutoslawsky o Penderecki, pasando por Lygetti. Sin duda, uno de los puntos álgidos de la noche, con una ejecución de altura.

La segunda parte se abrió con el «Largo para violoncello y orquesta» de Penderecki, obra de 2005 dedicada a Mstislav Rostropovich. Para su interpretación se contó con un solista de altura como el finlandés Arto Noras, quien grabó la pieza bajo la dirección del propio compositor. Por esto es uno de los músicos más cercanos a la concepción de lo que el polaco buscaba con su obra, una composición llena de complejidades técnicas, pero también una profundidad motívica que en ocasiones podía recordar a los grandes compositores alemanes del XIX. Tras la muy aplaudida pieza de Penderecki, el recital concluyó con «Mi madre la oca», una suite orquestal que representa el espíritu y la musicalidad del mundo de la infancia. Un colofón, sin duda, magistral para un programa arriesgado, pero muy bien estructurado dentro de la línea de la OSPA.