Unos santeros fueron detenidos hace poco en Gijón por entrarle a degüello a un pavo real del parque de Isabel la Católica, cuyas plumas hubieran entrado a buen precio en el mercado oculto de la magia y demás nigromancias. Como ya hemos indicado aquí, la belleza del pavo tiene el inconveniente de que le hace patoso en el volar, aunque el «principio del handicap», una teoría de los biólogos, sostiene que precisamente por esa dificultad las pavas no sólo ven en el pavo real la belleza de su plumas, sino que suponen que debe de ser un luchador nato para sobrevivir con tal carga plumífera a las espaldas.

Como andamos escasos de metáforas en este Gijón del alma, se nos ocurre tomar este suceso por su analogía con la bella envolvente colorista que el Ayuntamiento quiere instalar en el vecino estadio de El Molinón, acompañada de otras mejoras interiores. Pero sucede que dicha aspiración sigue ahí, detenida, misteriosa, pendiente de que la empresa ejecutora inicie los trabajos, al mismo tiempo que cada vez más voces piden estudiar la demolición del estadio ante la sospecha de que su estructura pueda estar seriamente dañada.

No obstante, la alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso, ha vuelto a manifestar que la obra se emprenderá, sin duda, pues ya fue adjudicada a Ruta de El Molinón y el resultado será un campo de fútbol bellamente decorado en su exterior por el artista Vaquero Turcios. Bien, en tal caso lo único que quedaría por verificar es si dicha firma inicia la obra, cuyo comienzo ha sido anunciado ya tantas veces que hemos perdido la cuenta de ello. Pero hay otro problema, pues responsables de dicha empresa aventuraron hace ya tiempo que no saben lo que van a encontrarse según vayan destripando el interior del estadio. Es decir, si al retraso del inicio de obra se sumarán ulteriores demoras a causa de sorpresas estructurales, o de otro tipo, la operación de El Molinón se meterá en un laberinto inacabable. Y eso sin descontar que el resultado final acabe en un bello maquillaje exterior con un gran handicap interior. Será un belleza convulsa, siempre amenazada de demolición.