Cuca ALONSO

Al ciudadano normal, entre los que servidora se incluye, la figura de un marchante de arte le suena a algo casi mítico, incluso desaparecido, al sospechar que los modernos sistemas de mercado también han invadido las esferas artísticas. Aquellas figuras legendarias, como Ambroise Vollard o Henry Kahnweiler, que supieron olfatear el genio de Picasso cuando éste apenas era un muchacho, y en consecuencia vaciarle el estudio de una sola tacada, hoy, desde la perspectiva que presta todo un siglo, se intuyen tan obsoletas como las locomotoras de vapor o el teléfono de manivela. Prueba de ello es que a la pregunta ¿conoce usted a algún marchante? la respuesta generalizada se ajusta a un movimiento de cabeza que vacila entre el desconcierto y el no.

Claro que tal actitud se acaba en este momento, porque aquí tienen ustedes uno. Un marchante de verdad, en pleno ejercicio de sus funciones: Avelino Suárez Castilla, asturiano, un señor que alterna su domicilio entre Gijón, Madrid, México DF y Pola de Siero, sede de sus retiros. Viajero impenitente, esta condición cosmopolita se advierte en su carácter; es sereno, su conversación es fácil y fluida, matizada de un estilo mundano y culto que hacen muy agradable su charla, pese a una leve ronquera que le quedó tras sufrir una afección de garganta.

Hijo único, Avelino Suárez Castilla nació el 14 de abril de 1945, circunstancialmente en Granada, cuna de su madre. De su progenitor cuenta que era teniente militar y maestro herrador, circunstancia que en determinado momento lo llevó a Andalucía, donde iba a conocer a la que más tarde fue su esposa. Tras el alumbramiento y bautizo en el Sagrario, capilla de los Reyes Católicos, la familia regresó a Oviedo. Mientras Avelino estudiaba Comercio, titulándose como profesor mercantil, su padre sostenía un taller de fragua en Las Regueras.

-¿Esto del 14 de abril imprime carácter, es decir, es usted republicano?

-No, pero tampoco monárquico. La política no me lleva mucho tiempo: voto, pero no estoy muy contento con mis chicos. Escasea la gente con la que se pueda discutir de política sensatamente; hay mucho radicalismo y éste me desagrada.

-¿Qué ponen sus tarjetas de visita profesionales?

-Que soy marchante de arte, principalmente, aunque tengo algún que otro negocio en México básculas de camiones y alguna cosa más-, adonde viajo tres o cuatro veces al año.

-¿Cómo se llega a adquirir el rango de marchante?

-En mi caso fue un proceso natural, de acuerdo con mis aficiones. A los 18 años iba por los pueblos comprando antigüedades, cosas pequeñas, algún mueble... Hice mis primeros negocios al mismo tiempo que iba entrando en ese mundo de los anticuarios, donde escuchas, ves... Acabé centrándome en la pintura, pero he de admitir que es una profesión difícil en la que nadie lo llega a saber todo. Tenemos la ventaja de mantener contacto con los especialistas, con los directores de museos, con expertos...

-¿Recuerda cuál fue su primera gran operación?

-Eso no se olvida nunca. Hice la transacción de un cuadro de Anglada Camarasa. Mi amigo el abogado Antonio Almansa vino un día a Asturias y me dijo que una de sus clientas quería vender un óleo importante. Viajé a Palma y, en efecto, el cuadro estaba en una colección particular, y en seguida llegamos a un acuerdo. Era una obra grande e importante, pero Seur se encargó del traslado con todas las garantías. Prácticamente yo ya tenía comprador. Fue una buena operación y lo único que puedo decir es que me alegro de que esté en una gran colección asturiana.

-Bien, Juan Antonio Pérez Simón, Plácido Arango y Masaveu, las tres colecciones más importantes del Principado y quizá de España, ¿las conoce usted?

-De la que corresponde a Pérez Simón he visto lo que expuso en el Museo Reina Sofía y tengo el catálogo de la muestra que actualmente celebra en Canadá; quizá lo más sobresaliente sea el conjunto de pintura victoriana, por ser muy completo, aunque la mexicana también es notable. En general en una colección muy extensa, y creo que ha sido un gran acierto crear una fundación, JAPS, para tutelarla. Respecto a la de Plácido Arango, conozco lo exhibido en el Museo de Bellas Artes de Asturias. Creo que su acopio es el más pequeño de los tres, aunque muy selecto. En cuanto a la colección Masaveu, es muy importante: la pintura española de los siglos XV y XVI. De cualquier forma, no son comparables.

-Volviendo a su trabajo, ¿cuál es el cuadro de su vida?

-Un Picasso, «El pintor y la modelo», de 1959. Lo tenía una familia vasca y la operación de compraventa fue inmediata, yendo a parar a una colección privada. Últimamente he transferido una escultura de Chillida, y hace unos días he vendido un Piñole a un asturiano que vive en Madrid.

-Da la impresión de que la pintura asturiana, que tanto nos entusiasma, fuera del Principado es menos valorada, salvo excepciones.

-Ocurre en todas las regiones; Madrid aglutina todo y al unirse los mejores es difícil descollar. Cataluña y País Vasco tienen su propio mercado y les funciona muy bien, merced al gran sentido del coleccionismo que desde hace muchos años promovió la burguesía. Pero en este momento la pintura asturiana es muy importante: ahí están Pelayo Ortega, Hugo Fontela, Melquíades Álvarez, Galano... Y entre los que ya no están son históricos Luis Fernández, Regoyos, Valle, Piñole, Orlando Pelayo...

-¿Hay buenas colecciones en Gijón?

-Pocas, pero excelentes. En Oviedo se están iniciando conjuntos muy interesantes a escala nacional.

-¿Cómo es posible que en medio de tanta galería artística se pueda mantener la figura del marchante?

-Porque nuestra labor principal es la investigación. Nosotros sacamos al mercado piezas que no encontrarían otro camino, no siendo la subasta, aunque ésta no ofrece la máxima discreción que nosotros garantizamos. Prueba de que el marchante permanece es que hay gente nueva en el oficio. Lo malo es que algunos mercadean sin mucho conocimiento, escasa profesionalidad y poco rigor respecto a la autenticidad de las obras.

-Álvarez-Cascos es nuevo en el sector...

-Él no tiene nada que ver en esto, y a María Porto la respeto mucho porque es una gran profesional, está dotada de unos conocimientos muy extensos, como demuestra su trayectoria.

-¿Qué tiene usted actualmente a la vista?

-Varias cosas, pero nunca deben tomarse con prisa. Interviene la familia y unos opinan de un modo, otros de otro, y hasta que se llega a un acuerdo pueden pasar meses. Tengo en espera un Regoyos muy bonito, un Sotomayor, algo de Tàpies, de Feito, de Saura...

-¿Y en las paredes de su casa qué hay?

-Un poco de todo. Cosas pequeñas y bastante obra gráfica. A veces, sí, me ha dado pena desprenderme de una obra concreta, pero mi gran colección está colgada en los museos, y puedo verla cuando quiero. Dentro de unos días me voy a Italia. En Florencia visitaré la Capilla Carmine para ver de nuevo los frescos de Masaccio, un pintor del Quattrocento que para mí es uno de los grandes artistas de todos los tiempos. Es una obra que disfruto mucho: «Voy a ver a mis Masaccios», me digo.

- Sé que ha tenido usted parte en el Museo Vivo de Gijón. ¿Sigue en marcha?

-Sí, y ya cuenta cinco años de vida, en los que se ha editado anualmente una obra gráfica, correspondientes a Barjola, Julio López, Licato, Paladino, y este año Luis Feito. Las exposiciones son bienales, y el año pasado se presentó una obra gráfica internacional que fue considerada la más importante que tuvo lugar en Asturias. La Fundación Museo Vivo está constituida por cuatro personas y quizá necesitemos incorporar a alguna más. Es un proyecto que nos ha dado muchas alegrías, aparte del trabajo, y un solo disgusto: una señora tuvo la desfachatez de decirnos que la Fundación era una tapadera para lavar dinero, cuando ésta nunca ha tenido ni tiene ánimo de lucro, sino que a sus miembros nos cuesta.

-¿Se lleva algún control oficial? Es el modo de tapar bocas ofensivas...

-Las cuentas son auditadas una vez al año por un censor titulado. La próxima exposición, que aún estamos negociando, pretendemos que se centre en obra gráfica italiana del siglo pasado; de ahí mi inmediato viaje a Italia, adonde me acompañará Ángel Torres. Por supuesto, ambos lo hemos financiado con dinero nuestro propio bolsillo.