Hace unos días escribía sobre «si interesa al PSOE la independencia de algún territorio español» (LNE, 11-04-2008). Y concluía que no interesaba ni al partido del Gobierno ni a los propios independentistas. A uno, porque perdía diputados y, a los otros, porque perdían financiación y/o mercados. De modo que a los dos convenía que todo cambiara diciendo que no cambiaba nada, para así quedarse con el santo y la peana.

Pero las cosas van muy deprisa tras la reciente victoria electoral de Zapatero. En estos dos meses avanza a pasos agigantados el diseño del nuevo régimen. Se espera el dictamen del Tribunal Constitucional sobre el Estatut dictado por «el pueblo catalán», de modo que a partir de su aprobación la soberanía nacional desaparece y se instala la soberanía de las regiones, «porque eso es lo que la gente quiere», como dice Soraya. Por otro lado, Rajoy se carga al Partido Popular y sus diez millones largos de votos, se acomoda a las circunstancias, a lo que quieren los barones territoriales de su partido, y respecto a los nacionalistas va a decir en el próximo congreso que en cada sitio el PP establecerá con ellos los tratos que correspondan. Por eso se va María San Gil de la ponencia política. Y el PP no será entonces un partido nacional, sino de soberanías autonómicas. Como la propia España. Y para remate, ha hablado el Rey, acomodándose a la situación para salvar sus propios muebles, los muebles de la Casa Real. Insólita declaración de alabanzas a Zapatero, única en la historia de la reciente democracia. Incluso ha tenido que salir al paso Rubalcaba para disculpar a Su Majestad, lo que significa para mí dos cosas: la primera, que no por mucho alabar al Presidente va a conseguir el Rey que cambie su proyecto de refundación republicana; y segunda, que todavía es temprano para lanzar a las claras las líneas maestras del nuevo régimen. Por eso, los medios al fine del Gobierno no harán sangre de las declaraciones del Rey.

Ya el barco desvencijado de la nación española emboca la bocana del nuevo régimen. Y cuando hablo de nuevo régimen, entiendo (1.º) una nueva configuración territorial asimétrica, llámese federal o confederal, con los nacionalistas más radicales marcando terreno y el resto de los partidos a la caza de prebendas, lo que consolida la casta política por encima de cualquier ideología; (2.º) una vuelta de tuerca en la «ampliación de derechos» para acabar con la influencia de la Iglesia católica bajo capa de laicidad, pero nuevo fruto de la «memoria histórica»; (3.º) la consolidación de las pautas de comportamiento social implantadas en la anterior legislatura en materia de matrimonio, opciones sexuales, investigación biológica, bioética, educación para la ciudadanía, aborto, etcétera; y (4.º) los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, en manos del Gobierno, y el PSOE, un PRI a la mexicana.

Pero queda el pueblo español. Como hace 200 años. Es la única esperanza. Nadie sabe si será suficiente. Cuando la gente caiga del guindo y vea con claridad lo que está pasando; cuando aprenda a no dejarse llevar por juegos de palabras; cuando vea que la misma cosa (la inmigración, por ejemplo) es racista y xenófoba si la dice la oposición, pero es buena si la dice Rubalcaba; cuando no siga dispuesta a consentir el expolio de una casta política pantagruélica, entonces no sabemos lo que puede pasar. En estas nuevas circunstancias, removido el ciclo histórico de la guerra civil y la dictadura, puede pasar cualquier cosa. Porque el abanico actual de partidos no será eterno. En Italia han desaparecido la Democracia Cristiana, los comunistas y los socialistas de Betino Craxi. En España se la juega el Partido Popular, que va camino del suicidio. Pero también se la juega el PSOE. En las últimas elecciones el PSOE sufrió una deriva de votos hacia el PP y Rosa Díez. Pero fue compensada por la bajada de los nacionalistas en Cataluña, Andalucía y el País Vasco. De este doble trasvase se ha hablado poco.

En conclusión: podemos aceptar todos los cambios, pero no por la puerta de atrás Los partidos políticos se presentan a las elecciones con un programa electoral. Que lo cumplan. La Constitución tiene sus mecanismos para ser cambiada. Que se cumplan.