Tiene 25 años y ha decidido dedicar su vida a Dios. Una elección que ya tomó con tan sólo 13 años, cuando decidió ingresar en el Seminario, impulsado, en parte, por el modelo de los dos sacerdotes que conoció en su Pravia natal. Hace ya año y medio que se ordenó sacerdote y se trasladó a vivir a Gijón, donde colabora con el párroco de San Lorenzo. Lejos de echar nada en falta, se considera, ante todo, feliz.

-En un momento en el que las vocaciones flojean cada vez más, ha elegido usted un camino poco popular para los jóvenes de hoy ...

-Querer resumir por qué he querido ser cura: es la historia de mi vida. Yo entré al Seminario por tres razones: por los sacerdotes que conocí en Pravia, cuyo ejemplo, entrega y cercanía me resultaron muy atrayentes; por mis padres, que me apoyaron desde el primer momento, desde la libertad y el cariño; y en tercer lugar, aunque no menos importante, por la llamada de Dios.

-Ya que lo comenta, ¿realmente se siente esa llamada? Más allá de la voluntad personal de orientar su vida en esa dirección...

-Sí se siente, pero evidentemente no es como sentir un pinchazo, o sentir algo físico. Sientes la llamada cuando a lo largo del tiempo vas descubriendo que hay muchas cosas en tu vida que has tenido que ir limando y descubriendo tus posibilidades.

-En la Iglesia también hay caminos. Podía haber sido misionero, por ejemplo, y escogió una parroquia. ¿Tenía claro qué tipo de sacerdote quería ser?

-Durante el proceso vocacional aparecen muchas puertas, porque vas descubriendo caminos y cómo desarrollar tus dones. Todos esos caminos tienen su realidad y son tan dignas unas como otras porque es son realidades vocacionales a distintos niveles. Mi vocación personal pasó por muchos momentos, pero tomé la decisión de ser sacerdote diocesano porque descubrí que podía ayudar a los más necesitados dentro de mi diócesis, mantener relaciones con otras congregaciones, estar de sacerdote en una parroquia. Y con el paso del tiempo me di cuenta de que no había que irse muy lejos para ayudar a gente necesitada.

-Me va a permitir que haga de abogado del diablo, pero ¿no se puede ayudar a toda esa gente necesitada como seglar?

-Sí y no. Se puede hacer cuando una persona tenga un afán y una disposición a ayudar a los demás de una manera activa, pero en mi caso, no. Es algo que está a continuación de ser sacerdote. Cuando alguien se ordena sacerdote lo hace por todo eso pero, sobre todo, porque ser sacerdote significa celebrar la eucaristía, y eso implica muchas cosas, entre ellas hacer de su vida con signos y palabras lo que Jesús hacía.

-Sin embargo, las mujeres que dedican su vida a la Iglesia no pueden oficiar la eucaristía. Son conscientes de que la Iglesia acarrea una fama de retrógrada y anquilosada, que no se adapta a los tiempos. ¿Se puede combatir?

-Es verdad que hoy en día desde muchas perspectivas y diversas personas se puede echar en cara a la Iglesia que está anquilosada o que sigue siendo muy «carca», si se puede decir así, pero no se trata de ninguna discriminación. Dentro de la Iglesia hay labores, ministerios y funciones que todos podemos desarrollar, y todos los desarrollamos, seamos sacerdotes, fieles, obispos, religiosos, monjas o misioneros. En ese espectro tan amplio cada uno puede desarrollar su función. No se trata de reivindicar algo, sino que la Iglesia debe ser ejemplo y transmisora de la buena noticia.

-Es usted muy joven y el camino que ha elegido conlleva muchas renuncias. ¿Echa algo de menos?

-Lo primero de todo es que un sacerdote es un hombre, es un ser humano, y en su vida tiene sentimientos y eso no se puede negar. Pero es verdad que su parte más humana no va separada de su vida de fe. Si tuviera que decir lo que, en ocasiones más me cuesta, y esto es casi como una confesión, es la lejanía de mis padres, porque estoy muy unido a ellos. Porque un chaval de mi edad es alguien normal. A veces parece que uno tiene que demostrar su normalidad por ser sacerdote.

-En la eucaristía se pide y se da gracias. ¿Por qué da gracias usted?

-En primer lugar, y como algo evidente, por mi vocación, porque soy una persona feliz, y con eso está dicho todo. Y también doy gracias a Dios por todas las personas que ha puesto en mi camino y que han ido conformando lo que es mi vida.

-¿Y qué pide?

-Pido esperanza. No hablo de un mundo feliz, pero sí que todos hemos de buscar un mundo de esperanza, sobre todo para todas aquellas personas a las que le falta.

-Hoy en día parece que todo va a peor, desde los grandes problemas como el hambre o la guerra hasta los más cercanos, como las hipotecas, el desempleo y las dificultades para llegar a fin de mes. ¿Realmente hay lugar para la esperanza?

-Muchas veces lo que nos falta es acomodarnos a ciertos criterios. Yo tengo un amigo jesuita que era misionero en Ecuador cuando ocurrió lo del «Mitch» y tuvo que salir del país por amenazas de muerte. Cuando me lo contaba, yo me preguntaba si yo habría sido capaz de hacer lo mismo que hizo él. Muchas veces lo que nos cuesta hoy en día es acomodar los criterios, que quizás no sean los adecuados.

-Una de sus grandes aficiones es la música. ¿También viene de serie?

-Bueno, empecé a estudiar órgano en el Conservatorio cuando tenía 17 años y lo dejé este curso, porque los primeros años de ministerio son importantes y tengo que vivir a fondo la experiencia como sacerdote. Pero para mí, la música es mucho más que una afición, porque las raíces de mi vocación surgen a través de la música como medio de expresión. Dentro de unos años, espero retomar mi formación.

-Para orientarla al servicio de la Iglesia...

-Bueno, hasta ahora no se me ha dado ninguna salida.

-¿Y si le propusieran algún proyecto?

-Hombre, claro que sí. Hay muchos proyectos que me gustaría abordar en materia musical, y no solo como solista, sino a nivel de coros o escolanías, con más personas con las que hacer cosas para la Iglesia.

Rubén Díez García

- Nace en Pravia, el 23 de octubre de 1982.

- Con tan sólo 13 años decide entrar en el Seminario y, cuatro años después, ingresa en el Seminario mayor.

- Tras un año de diácono se ordena sacerdote a los 23 años y se traslada a la parroquia de San Lorenzo, de Gijón.

- Entre sus «hobbies» destacan la lectura y la filosofía.

- Más allá de una afición, la música es una parte de su vida, a la que ha dedicado una parte de sus estudios desde los 17 años. Le gusta componer y su instrumento es el órgano.

- Se define como una persona feliz y de naturaleza optimista, que afronta sus temores cara a cara.

- Ante todo, reivindica su «normalidad» como un joven de 25 años que ha escogido su camino.

«Sí que se siente la llamada de Dios, aunque, evidentemente, no es como un pinchazo»

«Hoy en día hay quien echa en cara a la Iglesia que está anquilosada, pero no hay discriminación»

«Como músico, hay muchos proyectos que me gustaría abordar con más personas para la Iglesia»