Como adelanto, esta obra teatral se va a representar mañana en Gijón. Confieso que este autor resulta poco conocido, en este caso es la primera irrupción en la escena, si bien alcanzó cierta notoriedad por la controversia que mantuvo con su compatriota el también escritor Alfredo Bryce Echenique, a quien acusó de haberle plagiado en otro texto literario y parece ser que con toda razón.

Situada la acción en Leningrado, asediada por las tras alemanas en la II Guerra Mundial, el Gobierno soviético decide evacuar los cuadros del famoso museo del Hermitage, a los Urales para preservarlo de los bombardeos y demás riesgos derivados del asedio. En la soledad del museo coinciden su guardián Igor, el guía Pavel, Sonia, la joven esposa de éste, restauradora de cuadros. Ante esa situación, Pavel ve los cuadros ya evacuados y trata de convencer a Igor, incrédulo y realista, de ello en presencia de Sonia, preocupada por la salud del viejo guía y por la moral del pueblo sitiado por los alemanes.

Así planteado, el tema esencial es: el eterno dilema entre la realidad frente a la ilusión o fantasía, como constante del destino humano.

Recordemos, Sancho Panza es la figura antagónica de don Quijote, distintos e inseparables, la ilusión, la fantasía, el desvarío de don Quijote al final es asumido por Sancho Panza, quien ante su amo moribundo y recobrada la razón, quiere reanudar las andanzas en busca de más aventuras y de la simpar Dulcinea.

Ese dualismo se da igualmente en el Fausto de Goethe con Mefistófeles, éste dice «yo soy el espíritu que siempre niega».

Volviendo a la obra teatral se produce un proceso similar a la novela cervantina, Igor el incrédulo guardián a la muerte de su compañero el guía del museo ocupará su puesto, explicando las excelencias e los cuadros inexistentes, ante paredes vacías. Una vez más la realidad se desvanece ante la fantasía.

Es significativo ese flujo realidad versus ilusión, se produce en doble efecto, Igor, paradigma del realismo, conversa imaginariamente con su hijo Dimitri, tristemente muerto en el asedio de Leningrado.

El texto teatral es escrupulosamente bello, con una minuciosa descripción que resulta admirable, por parte del guía de los cuadros: el conde duque de Olivares, de Velázquez y Danae de Rembrandt. Siempre se mantiene la tensión en escena, con una decoración simple, dos camastros y poco más, pero se produce ese halo mágico del teatro y el espectador se sumerge plenamente en el devenir teatral.

La interpretación es notable, tanto por parte de Federico Luppi y Manu Callau en los personajes del guía y el guardián del museo, respectivamente, con el acompañamiento de Ana Labordeta y una dirección aceptable del argentino Jorge Einea, con una duración muy comedida.

No puedo olvidar, al hilo de esta obra, a nuestro Rafael Alberti, que en su condición de secretario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas supervisó en noviembre de 1936 la evacuación de los cuadros del Museo del Prado para preservarlos de los bombardeos sobre Madrid por parte de las tropas nacionalistas.

De este episodio surge la obra teatral «Noche de guerra en el Museo del Prado».

En resumen, una muy interesante representación teatral que afortunadamente el público de Gijón tendrá mañana la oportunidad de presenciar.