Dios es amor. Así lo define Juan, el evangelista, según la imagen de Él, que nos legó Jesús. Con esta definición caen por tierra los ídolos de un Dios inhumano, cruel, vengativo, dominador y egoísta. Dios no es enemigo del hombre ni su competidor, ni su amo, ni su jefe.

Dios es Padre, fundamento de la fraternidad universal. Dios es Hijo, solidario con nosotros, que se nos ha manifestado en Jesús. Dios es Espíritu Santo, que con su permanente presencia hace posible nuestra existencia y anima la vida de la Iglesia.

Cuando los cristianos celebramos una fiesta, no recordamos un misterio inasequible a la inteligencia, sino un hecho sorprendente, extraordinario y salvador. Nuestra relación con Dios se basa en el amor. No contabilizamos méritos para exigir recompensas. Somos hijos, no esclavos, sino seres libres y responsables.

La Biblia nos revela el verdadero rostro de Dios. Nos dice el Éxodo que «Dios es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad». Juan nos recuerda que «tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito», el cual «no vino a condenar al mundo, sino a salvarlo». Finalmente, San Pablo nos presenta el misterio de Dios en el saludo trinitario, con el que comenzamos la celebración de la eucaristía: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros».

Creer en Dios significa creer en el hombre y en el mundo. Creemos que Dios está en el hombre y en el mundo, no anulando nuestra libertad, ni recortando nuestros derechos, sino contribuyendo con su eficaz acción en la marcha responsable hacia una nueva sociedad de seres humanos que intentan vivir en paz y respeto mutuo en un mundo más solidario y más justo.

Dios forma parte de nuestra historia, participa de nuestra vida, se hace solidario de nuestras penas y de nuestras alegrías. Dios quiere nuestra liberación y nuestra felicidad.

El amor entrañable de Dios al mundo se ha manifestado en los gestos, en las palabras, en las acciones de su Hijo Jesucristo, que supo acercarse a los enfermos, a los pecadores, a los necesitados y enfrentarse a los poderosos y dominadores, culpables de tanta injusticia y marginación.

José Luis Martínez es sacerdote jubilado.